Colección Paisajes 2024, de Moisés Barrios.
Cuentan los historiadores que Fernando de Magallanes llegó al Océano Pacífico en noviembre de 1520, después de una travesía de 37 días por el estrecho que hoy lleva su nombre y de un viaje extenuante de 15 meses marcados por la incertidumbre y los motines a bordo. Lo llamó así, su “mare Pacificum”, con la intuición, tal vez ancestral, de que la calma siempre llega después de la tempestad. Y así fue: la calma llegó, brevemente, como el preludio de nuevas penurias y de la muerte del propio Magallanes en Filipinas, tres meses y medio después.
El viaje de Magallanes marcó la ruta de odiseas y asombros posteriores. En el siglo XIX, un francés de ascendencia peruana llamado Paul Gauguin atravesó las aguas del Pacífico con el propósito de encontrar en Tahití su paraíso perdido. En 1965, una estrella de Hollywood, el actor Marlon Brando, siguió los pasos de Gauguin y fundó en la Polinesia Francesa su propia Arcadia: un reino en el que las complejidades de la vida se reducen a conceptos como abundancia, sencillez, felicidad y comunión con la naturaleza.
Estas ideas surgen a propósito de Mar sobre mar (2024), la exposición de Moisés Barrios que supone para el artista un regreso a la exploración de temas como los paraísos perdidos, la identidad, el paisaje y el Océano Pacífico.
Moisés conoció el mar a la edad de 21 años. El impacto de ese evento ha propiciado su regreso reiterado al Pacífico y recuerda, en su carácter decisivo, la tarde remota en que el padre de Aureliano Buendía lo llevó a conocer el hielo. Ambos acontecimientos, la publicación de la novela Cien años de soledad que protagoniza Aureliano Buendía y el descubrimiento del mar por parte de Moisés, ocurrieron simultáneamente, en 1967.
Veinte años después ocurrió un nuevo gran descubrimiento: Moisés cayó en cuenta de que la distancia entre Ciudad Guatemala y el Océano Pacífico no se medía en kilómetros sino en minutos y que apenas una hora y media separaba su casa del paisaje marino. Entonces llegaron los viajes recurrentes al mar, los óleos y las acuarelas. Conviene señalar acá que Moisés nunca aprendió a nadar, lo que hace que esa inmensidad que convencionalmente llamamos “el Pacífico” represente para él una mezcla de pánico y fascinación.
El Pacífico ocupa la tercera parte de la superficie de la Tierra y es el océano de mayor extensión del planeta. Sus aguas bañan las costas de países tan distantes y distintos como Guatemala, Camboya, China, Nueva Zelanda, Colombia, Indonesia, Rusia, Perú, Costa Rica, Vietnam, México, Tailandia y Canadá. El Pacífico es el océano total: una masa de agua difícil de abarcar con el pensamiento, que contiene más islas que los otros océanos juntos.
Abarcar el Pacífico con el pensamiento. Esa parece la idea clave. O más bien, el propósito detrás de la práctica metódica que Moisés Barrios ha adoptado durante casi cuatro décadas. Una práctica que supone enfrentarse al paisaje marítimo, vivirlo, representarlo, dejarlo atrás, imponer una pausa y volver al punto de partida. Este método infatigable ha dado lugar a series pictóricas como Iztapa (1987), Pacífico guatemalteco (1995), Arcadia (1999), La ilustración del Pacífico (2007), Vías fluviales (2016) y, ahora, Mar sobre mar.
Nuevos paraísos
En Arcadia, Moisés Barrios proponía que ese territorio virgen e inexplorado que alguna vez llamamos paraíso había quedado atrás. “El paraíso está perdido, o podrido, por causa de la insistencia”, parecía afirmar entonces el artista. En Mar sobre mar, Barrios recupera y amplía esa idea para sugerir que hoy somos apenas el reflejo distorsionado del buen salvaje que algún día quisimos ser. Somos personajes de ficción en busca de una realidad que pueda ofrecernos identidad y sentido. Somos Viernes y Robinson Crusoe fundidos y confundidos. Somos el agua, el reflejo y el rastro de una silueta que se refleja en el agua.
En Mar sobre mar, como hicieron antes Brando y Gauguin, Barrios regresa a su isla paradisiaca para añadirle algunas capas de complejidad a la ensoñación y comprobar que la vida en medio de la naturaleza convive con el desencanto, la soledad y la muerte. Esto se expresa en una paleta de colores fríos, en una mirada distanciada y en un halo de misterio que proviene, en buena medida, de la alternancia de imágenes encontradas. Encontradas porque chocan entre sí y producen nuevos sentidos, oblicuos y enigmáticos. Encontradas porque juegan con el azar y responden así a la idea del objeto encontrado propuesta un siglo atrás por los surrealistas.
Por otra parte, el juego de las imágenes encontradas es un signo de identidad del trabajo pictórico de Moisés Barrios. Una marca ingeniosa e indeleble. En un catálogo expositivo de finales de los años setenta, el caricaturista Hugo Díaz comentaba, con una mezcla de asombro y admiración, el carácter relacional que caracterizaba desde entonces la obra de Moisés. “Junto a una figura humana, hay una figura animal seguida de una planta, antes de llegar a un objeto inanimado. Todo puede resultar interesante, misterioso o escalofriante para este artista que, al conocer los secretos técnicos del oficio, sabe dotar de clima, de tiempo y sabor personal a cada una de sus creaciones.”
Mar sobre mar relaciona imágenes que provienen de la fascinación de Moisés por el Pacífico, junto con algunas otras, que han sido creadas a partir de fotografías acumuladas desde los años setenta. Imágenes isla, que esperaron pacientemente durante décadas para sumarse a una suerte de montaje cinematográfico que las integra y las dota de nuevos significados. Imágenes archipiélago, que establecen tensiones inéditas entre las playas costarricenses de Puntarenas, Conchal y Bahía Ballena, los músicos del Puerto San José de Guatemala, los monumentos truncados del cementerio de Xela, las plantaciones de banano de Santa Catarina Pinula y los cocos que esperan a los turistas en algún lugar indefinido.
Así, Moisés Barrios propone una nueva cartografía, propia, íntima y a la vez universal. Un mapa que nos permite reubicarnos en medio de los muchos paisajes que nos han conformado, desde aquellos que heredamos del romanticismo decimonónico europeo hasta las visiones que fueron diseñadas posteriormente con intereses utilitarios y derivaron en nuestras actuales tarjetas postales.
Medio siglo después de que el escritor costarricense Isaac Felipe Azofeifa intentara explicar nuestra identidades nacionales bajo la expresión de la isla que somos, Moisés Barrios se refiere a las islas que imaginamos tantas veces bajo las formas sugerentes y ambiguas del reflejo, el cauce y la distorsión. El salto de una figura a otra no es, de ninguna manera, menor. Por el contrario, se trata del resultado del trabajo constante y consistente durante una larga vida artística, paisaje sobre paisaje, isla sobre isla, mar sobre mar.
Dulce Nombre de Tres Ríos, Costa Rica.
Jurgen Ureña (Costa Rica) es cineasta con una maestría en Documental Creativo de la Universidad Autónoma de Barcelona. Cuenta con dos largometrajes, Muñecas Rusas (2014), por el que recibió el premio al Mejor Director del Festival Ícaro de Cine Centroamericano y Abrásame como antes (2016), donde obtuvo los premios al Mejor Largometraje Centroamericano y al Mejor Largometraje Nacional en el Festival Internacional de Cine de Costa Rica.
La muestra
- Mar sobre mar
- Moisés Barrios
- GALERÍA EXTRA Ruta 4 7-56 Zona 4
- Ciudad de Guatemala, Guatemala
- En horarios de 10:00 – 16:00 horas
- De lunes a viernes
- Sábado con previa cita
- Abierta durante los meses de julio y agosto