Luis Cardoza y Aragón y las veleidades del Modernismo

Luis se volvió intolerante.   No podía admirar a escritores que se vendían a los sátrapas para mantener una pobre vigencia en el plano cultural.   Exigía compromiso y lealtad.  No aceptaba las veleidades políticas.  

Méndez Vides

febrero 16, 2025 - Actualizado febrero 15, 2025

Luis Cardoza y Aragón (1904-1992). Foto: Wikipedia

En la segunda década del siglo XX, el Modernismo languidecía e impresionaba tardíamente a Luis Cardoza y Aragón, quien creció expuesto a tan fuerte influencia.   Sus primeros poemas lo demuestran.   La “y” entre sus apellidos es sintomático.    El retorno de Rubén Darío hacia Nicaragua lo impresionó, iba a morir de manera consecuente como viejo cisne o pavo real contemplando sus horribles patas.   En nuestra patria se admiraba a José Santos Chocano (poeta amigo y confidente del tirano Manuel Estrada Cabrera) y Porfirio Barba Jacob (que inmortalizó Rafael Arévalo Martínez en su cuento El hombre que parecía un caballo).   El poder de tantas personalidades extraordinarias deslumbró la sensibilidad del joven brillante e inquieto. El dictador organizaba fiestas públicas en honor a la diosa Minerva, donde los poetas modernistas eran aplaudidos.  Era el tiempo de los decadentes, devotos de la apariencia de la gloria, del éxito mundano, de la vida cosmopolita, siendo sibaritas o escandalosos, bohemios, refinados, devotos de los placeres y los perfumes, que aspiraban a vivir en el centro del mundo que, para ellos, era París.   Y allí, en la Ciudad Luz, vivía la gloria nacional de moda, Enrique Gómez Carrillo.    Cardoza lo admiraba, en Antigua lo leía con fervor, lo vislumbraba como modelo a seguir, son prueba de ello las dedicatorias de sus primeros libros: un poema de Luna Park y Maelstrom completo.   Siguiendo su ejemplo se marchó hacia la ciudad mítica.   En El Río confiesa: “Enrique Gómez Carrillo inquietó mi adolescencia con su obra y su renombre”.  El cronista guatemalteco se autodenominaba ciudadano del mundo.   No negaba sus orígenes, expresaba su aspiración, y estando fuera entendió que su ilusión de cosmopolitismo era falsa, y se aferró a la memoria infantil de la Antigua dejada atrás, pero invocando al mismo tiempo la vocación universalista, la de ser un ciudadano de la Vía Láctea.

El Modernismo fue la pre-historia de Cardoza y Aragón, y el Surrealismo el acontecimiento vital que lo transformó.   Cardoza llega a París “caído de otro planeta”.   El impacto fue profundo y revelador.   De cuajo se arranca lo provinciano, para luego redescubrirlo o reinventarlo en sus obras.    En París frecuentó a los más grandes, allí vivían Vallejo y Huidobro a quienes calificó de antimodernistas, como sucedió también con los autores de la generación española del 27, a quienes sólo aprendió a admirar años más tarde.   En Francia se rindió ante Rimbaud, Lautrèamont, Baudelaire, Laforgue, Montaigne y los surrealistas que se manifestaban en la vida cotidiana de los cafés y centros culturales.    El Surrealismo lo ayudó a entender que el Modernismo estaba muerto y enterrado, que ya sólo era el vehículo para las “voces menores, impecablemente tontas”, como refiere en El Río…   Y por el otro lado, a través de la nueva visión colectiva descubre que: “Los surrealistas buscaban lo maravilloso. Yo lo vivía.”   La experiencia de París no sólo cambió su apreciación estética abriendo nuevas perspectivas literarias, sino transformó su comprensión de la realidad.   El siglo XX invocaba y estaba demandando el compromiso del artista con la sociedad.   La revolución rusa había transformado el planeta.   Se afirmaba en los círculos intelectuales que los poetas debían vivir de manera consecuente y crítica, con honor, sin supeditaciones a quienes ostentaban el poder.   Así asumió el compromiso con la sociedad, nunca más figurar como un cortesano modernista. 

 Esta nueva visión multiplica su menosprecio por los autores modernistas.   Opinó en El Río…, que: “Algunos escritores solían ser mercadería alquilada o comprada por tiranuelos de América, para servidumbre de propaganda.   Darío, Gómez Carrillo, Tablada, Chocano, Díaz Mirón, Vasconcelos, Salomón de la Selva, Barba Jacob y algunos más; la nómina es de hombres de genio o de talento, o de simples sinvergüenzas.”   Vivir a costa de la integridad y la honra ya no podía ser motivo de admiración.   A su pasión primera le siguió una virulenta reacción crítica.   El Luis que le dedicó a Gómez Carrillo sus primeros trabajos publicados en París, se volvió su detractor.   Es así como dice en Guatemala, las líneas de su mano: “He buscado en mí y en mis amigos y en mí nuevamente por qué la obra de Gómez Carrillo se me ha caído tanto, tanto”.   Tal fue su encono que cuando en 1927 muere el Príncipe de los Cronistas, Luis el antigüeño se negó a acudir al funeral.   Las crónicas del evento refieren que París se detuvo esa tarde, que muchos intelectuales estuvieron presentes en las honras fúnebres, que la municipalidad de la ciudad le brindó en el cementerio un espacio destinado a los hombres ilustres de Francia, que la bandera que cubrió el féretro fue la azul y blanco de Argentina.   Y Luis, el poeta compatriota, se limitó a observar desde lejos la salida del cortejo, como quien de manera discreta aprecia la salida en procesión del Santo Entierro un día Viernes Santo en la Antigua.

Enrique Gómez Carrillo (1873-1927)

Luis se volvió intolerante.   No podía admirar a escritores que se vendían a los sátrapas para mantener una pobre vigencia en el plano cultural.   Exigía compromiso y lealtad.  No aceptaba las veleidades políticas.   Negaba cualquier aprecio a la obra de un autor, si éste no era consecuente en el plano ideológico.

De manera similar reaccionó en los años treinta, cuando se encontró en un autobús en México con Porfirio Barba Jacob y prefirió hacerse el desentendido, como quien ha olvidado al poeta ilustre con quien había compartido momentos inolvidables junto a Federico García Lorca en La Habana.   Hizo como si no lo reconocía.   El poeta colombiano actuó de la misma manera.   Poco tiempo después murió el colombiano y en los Cuadernos Americanos, revista donde Cardoza escribía, no se publicó nota necrológica alguna porque se trataba simplemente del deceso de: “un modernista rezagado, seguidor de Darío”.

El amor y desamor literario de Luis por Gómez Carrillo, sirve de referencia para entender lo que significó su transformación.   En el antigüeño se establece la conciencia del intelectual comprometido.  En un acto de parricidio termina negando a los modernistas, para identificarse con la libertad de la imaginación en la literatura y con la revolución en la vida.  La función del poeta en el siglo XX había cambiado, y de manera humana se adaptó, aunque en diciembre de 1991 vivió la caída de la Unión Soviética, y su deceso sobrevino diez meses más tarde, seguramente sumido en asombro y desdoro del nuevo salto de la humanidad. 

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