Llamadas telefónicas

Alguna vez he enviado mis cuentos a concursos. Sin éxito hasta ahora. El dead line del certamen al menos me obligó a terminar esos relatos, que luego de saber el resultado de los concursos archivé en alguna gaveta del olvido.

Jaime Barrios Carrillo

noviembre 10, 2024 - Actualizado noviembre 9, 2024

Luego el hermano de X cuelga y B se queda solo.                                                               

Roberto Bolaño

Recibí la llamada de un amigo literato, es decir alguien que pertenece a esa cofradía dedicada a matar el tiempo comentando textos de otros, y que pretende también escribir los propios, en lo que le queda de horas. Si, escribir. Y desde luego leer con pasión. Escritor que no lee no escribe. Y peor aún el escritor que no escribe. 

Hablamos con mi amigo sobre el libro de Roberto Bolaño que intitula este apartado. Conversamos por teléfono en torno al carácter premonitorio que hay en esa esclarecida colección de relatos del joven Bolaño, que nunca llegaría a viejo. 

“En Llamadas telefónicas, dijo mi amigo (argentino, por cierto) tenés ya planteada, mejor dicho, anunciado el carácter de toda la obra de Bolaño. Es un libro precursor del mismo Bolaño. Una disección, o más bien presentación, de su método de escritura o de sus métodos”, afirmaba, y luego del otro lado del teléfono se hizo una pausa corta y un sonido como un carraspeo. “Coincide con Borges, prosiguió, en la prioridad del diseño sobre el argumento. Casi dariano también los dos en esto, si traducimos argumento por temas, o sea fíjate vos que temas siempre hay pocos o son los mismos”, concluyó para luego encender un cigarrillo, para sentirse más cerca de Bolaño, me dijo.

Le contesté que había faltado sólo que me dijera lo más obvio, o sea que el libro consta de tres partes: Primera: Llamadas telefónicas contiene cinco cuentos. La segunda: Detectives, cinco cuentos más. Y la tercera parte: Vida de Ann Moore, los cuatro restantes que hacen un total de catorce memorables relatos.

De pronto temí que hubiera podido ofenderse por mi brusquedad verbal. Le dije entonces que sí, que estaba de acuerdo con él. Que es un buen punto de partida trazar el camino desde Llamadas Telefónicas a lo que culminaría en Los detectives salvajes, pasando por libros tan significativos como las novelas Amuleto y Nocturno de Chile.

Mi amigo, que llamaré GI (no se trata de un gaucho insufrible sino una simple anonimización con las siglas de su nombre) recalcaba, con nuevos bríos desde el otro lado de la línea, la presencia temprana de Arturo Belano, la conexiones entre literatura y vida, lo autobiográfico trastocado, los detectives, las historias de mujeres y el humor. 

“¿El humor?”, le pregunté a quemarropa. “Sí, el humor”, insistía GI, con un tono que parecía irritado. En seguida dijo: “te leo algo, che, escuchá: ‘se acabó la Unión Soviética, llegó la libertad, llegaron las mafias’. Es del relato del sevillano de la División Azul preso en la Unión Soviética”, agregó. “Sí, lo recuerdo”, dije y como tengo también a la mano el libro de Bolaño le devolví a GI (otra vez a quemarropa) otra parte del texto:

“Los rusos entonces le abrieron la boca y con unas tenazas que los alemanes destinaban para otras partes de la anatomía empezaron a tirar y a apretar su lengua. El dolor que sintió lo hizo lagrimear y dijo, o más bien gritó, la palabra coño. Con las tenazas dentro de la boca el exabrupto español se transformó y salió al espacio convertido en la ululante palabra kunst. La palabra arte. Lo que amansa a las fieras”.

Hay un extraño placer en esto de leerse textos por teléfono. Mientras más largos más placentero y se percibe entonces la pesada e impaciente respiración del interlocutor. Después de mi cita, GI reaccionó diciendo algo sobre historia y ficción. Y el conocido estribillo preceptivo de las dos historias que se cruzan en un cuento. Recalcaba que lo no dicho en un texto es lo que en verdad se quiere decir. Dio el ejemplo del relato Asesinos de Hemingway el cual equipara al cuento Detectives de Bolaño.

Comenté que lo que me llamaba más la atención era la calidad y el diseño de los relatos. Pero entonces, y de pronto, se cortó el teléfono, algo pasaba en la línea y no me fue posible reconectar de inmediato. Sonó primero ocupado y luego la voz automática que indicaba que no era posible hacer por ahora contacto con el número marcado. Lo tomé como un aviso inusitado, una revelación, muy a lo Bolaño. Pero las reflexiones provocadas por GI seguían dando pasitos por mi mente, como hormiguitas rápidas y laboriosas.

Alguna vez he enviado mis cuentos a concursos. Sin éxito hasta ahora. El dead line del certamen al menos me obligó a terminar esos relatos que luego de saber el resultado de los concursos archivé en alguna gaveta del olvido. Por eso la historia de Sensini el escritor argentino me ha conmovido. Tan claustrofóbica (en palabras del mismo Bolaño) tan kafkiana, hasta en el nombre Gregor del hijo del personaje. También la tierna crudeza de la humanidad retratada. El personaje Miranda, la hija del personaje Sensini, dice en el relato que su padre “nunca se repuso de la muerte de Gregor. Volvió para buscarlo, aunque todos sabíamos que estaba muerto”. 

Gregor, como todo el mundo sabe, es decir aquellos que han leído el relato, resulta desaparecido por la dictadura militar argentina como en la realidad lo fueron los escritores Haroldo Conti y Rodolfo Walsh. 

Otro aspecto, que viéndolo bien resulta nostálgico, es el aspecto epistolar del relato. Hoy en día ha terminado la correspondencia de ese tipo. Los correos electrónicos han facilitado la comunicación, pero han destruido el género epistolar. Aunque ya comienzan a incorporarse como texto dentro de la escritura, incluso en poemas como el siguiente de Gonzalo Rojas:

“rojasgonzalo(arroba) difícil/ la situación/ tuya/ Ajmátova/ Anna Ajmátova”

Gonzalo Rojas en una entrevista aclaraba su apasionamiento por la palabra arroba: “…es arrobamiento. A mí me encanta arroba. Y si estoy extasiado con una criatura, bonita, fea, a veces me gustan pavorosamente. La arroba, arrullo virtual”.

Juan Villoro, autor de otras llamadas (Llamadas de Ámsterdam) está convencido que la virtualidad ha sido siempre el mundo de la novela. Villoro pondera la creación narrativa de Bolaño como un universo que yo podría considerar como virtuoso y virtual. Villoro resaltaba en una conferencia en Nueva York la universalidad de Bolaño: “Oprah Winfrey recomienda sus libros, la cantante Patty Smith pondría sus palabras en música y Bruno Ganz lo recitaría en alemán”.

Todo esto pensaba cuando sonó el teléfono. No podía ser otro más que GI. El aparato se había quedado sin batería, explicó, pero lo había cargado mientras yo por mi lado divagaba con la historia de Sensini, también recordaba lo que había dicho Villoro y repetía en voz baja el poemita de Rojas. GI quería decirme ahora que el relato de Llamadas Telefónicas que más le gustaba era El Gusano

Hablamos de la violencia en México. Del narco. De los sicarios. Más bien discutimos. Tajantes ambos. Irreconciliables.

— El Gusano es un sicario.

— No, es un detective. 

— No, es un desalmado asesino. 

— Es detective, trabaja para el gobierno. 

— Eso no se sabe. 

— Pero se infiere.

— No importa. 

— Si importa y mucho. 

Por fin, como si pensáramos al unísono surgió la figura del personaje como saliendo del libro: “Parecía un gusano blanco, con su sombrero de paja y un Bali colgándole del labio inferior”. 

GI calló de pronto. Se oía como un rumor, un chasquido irreal, ese sonido imperceptible de los teléfonos cuando nadie habla. El sonido del llamado éter. 

—¿Estás ahí?, pregunté. 

— Sí, es que he sentido de pronto ganas de llorar, pero no puedo, son sólo las ganas. 

—¿Por Bolaño? indagué. 

— No. Por el hombre, aclaró. 

—¿Cuál hombre? 

— Todos, tú y yo. 

— Te refieres a un hombre, un varón… 

— No che. Me refiero a algo que acabo de encontrar en el libro de Bolaño y te lo leo en seguida: “Un poeta lo puede soportar todo. Lo que equivale a decir que un hombre lo puede soportar todo”.

Le dije a GI que aquella era una frase bella, más bien profunda. Profunda y bella. Como la vida y la literatura. Como los caminos de Bolaño. Después le dije con tono amigable: “GI dejemos a Bolaño tranquilo. Decime en cambio qué estás escribiendo ahora”. Pero no pude continuar pues GI me interrumpió explicando con una extraña firmeza: “Imito a Bolaño, eso es lo que escribo ahora” y sin decir más colgó el teléfono. No he vuelto a hablar con él.

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