Las mil noches y una noche o el arte de salvar la vida

Esta curiosa antología de relatos del folclor oriental tiene sus raíces en la oralidad antigua e influyó de manera determinante en los diferentes pueblos que la conocieron y quisieron traducirla para compartirla con su gente.

Gloria Hernández

junio 30, 2024 - Actualizado junio 29, 2024

A menudo he escuchado la frase “mil y una” referida a la cantidad numérica exacta que evoca en nuestra mentalidad occidental: 1001.  Sin embargo, “mil y una” en épocas antiguas y, en especial en el oriente, significaba “innumerable”, “cuantioso”, “indeterminado”, como en “mil y una razones”, “mil y una veces”, “mil y una noches”, “mil y una historias”.  Equivale en cierta medida, a las frases idiomáticas “mil y pico”, “veintipico”, en su indeterminación.

La confusión conceptual del “mil y una” llevó a muchos estudiosos a lo largo de varios siglos, a partir del descubrimiento de una colección de cuentos de origen impreciso (Las mil noches y una noche), a preguntarse por qué ésta sólo contenía doscientas cincuentipico historias, correspondientes a igual cantidad de noches.  Esta curiosa antología de relatos del folclor oriental tiene sus raíces en la oralidad antigua e influyó de manera determinante en los diferentes pueblos que la conocieron y quisieron traducirla para compartirla con su gente.  La colección de leyendas original se llamaba Hazár afsáneh, o sea, Mil historias, y éstas diferían en estilo y origen unas de otras.  Había cuentos y leyendas griegas, persas, árabes, sirias, indias, chinas y egipcias.  Se cree que la obra fue creciendo con la aportación de los distintos pueblos que conquistaron Persia a lo largo de su historia y que la leyenda de Shahriar y Scherezade, que sirve de marco para todas las demás, fue escogida por algún compilador para darle una estructura abierta a la obra.  Una que pudiera albergar todas las contribuciones que se iban sumando a esta fascinante colección.  Así, se cree que la historia de Simbad el marino, por ejemplo, fue una adición muy posterior en el tiempo, dado su estilo y gran extensión.

La colección fue objeto de varias traducciones, entre ellas, al árabe, pero ante la maravilla que constituía la obra, los traductores consideraron natural añadirle otras historias populares, leyendas locales y relatos de colorido islámico.  Fue en el siglo X que un librero de Bagdad se refirió por primera vez a esta obra como Alf laylaLas mil noches-, para indicar un número redondo de noches en su estructura narrativa.  Sin embargo, hay noticias de esta compilación de cuentos desde el siglo VIII.  Otras traducciones al árabe la llaman Alf layla, wa layla, Mil noches y una noche.

La Biblioteca Nacional de Francia, en París, contiene un manuscrito sirio del siglo XV que suma 282 noches y se cree que fue la primera versión traducida al árabe.  Cuenta la historia que un orientalista y arqueólogo francés, Antoine Galland, descubrió este manuscrito en 1704, lo tradujo al francés y le añadió tantas noches como pudo para completar el número referido en el nombre.  Como buen europeo, creyó que el manuscrito estaba incompleto, dado el dato numérico en su título, y que su designio era el de completarlo.  De esa manera, se dedicó a buscar cuentos populares para añadirlos a la colección y, al mismo tiempo y sin querer, implementó un gusto por lo oriental en la sociedad europea de la época. Ni qué decir de los mil y un estudiosos, libreros, coleccionistas y aventureros franceses e ingleses que se dedicaron a buscar el supuesto manuscrito original de Las mil noches y una noche.  Voceaban por las calles de las ciudades árabes: “¡Alf layla, Alf layla!” y en efecto, lograron conseguir muchas más leyendas que se fueron sumando a la palpitante colección.  De esa cuenta, el origen de algunas de las historias más famosas contenidas en la obra es incierto.  Son tan perfectas y tan meticulosamente ajustadas al estilo de las narraciones originales que, se especula, son de origen europeo y aun ¡se atribuye su autoría al mismísimo Galland!  He ahí la leyenda detrás de Aladino y la lámpara maravillosa y Alí Babá y los cuarenta ladrones, por ejemplo.

Desde su germen lejano en la antigüedad, esta remota familia de relatos morales, leyendas, poemas, comedias, apologías y otros ha permanecido viva en el imaginario colectivo y ¿por qué no? continúa recibiendo aportes hermosos que, aunque no se sumen a las versiones oficiales, sí constituyen un corpus de gran calidad que vale mucho la pena conocer.  Y hablo de versiones oficiales en plural, porque a partir de la copia en árabe, las traducciones del francés Galland, del alemán y conservador Enno Littmann y muchos otros, la obra se ajustó al gusto de la gente a la cual iban dirigidas.  La edición inglesa de sir Richard Burton, publicada en 1885 como The Arabian Nights, fue una de las más populares, dada la puntualidad con la que tradujo los pasajes más truculentos y eróticos de la obra y contribuyó a que se convirtiera en uno de los clásicos esenciales de la literatura universal.

Mencioné arriba que Las mil noches y una noche sigue recibiendo contribuciones memorables.  De 1877 a 1880, Robert Louis Stevenson escribió una serie de cuentos prodigiosos que luego publicó en 1882, bajo el nombre de New Arabian Nights (Las nuevas mil y una noches).  Estos relatos fueron escritos con la misma estructura de las historias enmarcadas y coincidieron en los años de publicación con dos de las grandes traducciones de la obra original, la de sir Richard Francis Burton y la de John Payne.  Esto le dio una enorme popularidad a la obra de Stevenson. 

Como la aventura narrativa del autor de Dr. Jeckyll & Mr. Hyde, pueden citarse tantos otros relatos, múltiples versiones, desde las eróticas hasta las adaptadas para niños, arreglos para el cine, el teatro, la música, interpretaciones magníficas desde las artes visuales y cuantiosos estudios desde distintas disciplinas.  Y es aquí en donde puedo afirmar con mucho entusiasmo que sigo encontrando cuentos que muy bien pueden ser añadidos al portento de Las mil noches y una noche, una de mis lecturas preferidas desde niña, uno de los espacios en donde el prodigio, la magia y el milagro se sucede uno a otro en la literatura como en la vida cotidiana.

Pero ¿qué nos enamora de Las mil noches y una noche?  ¿Por qué quisiéramos añadir por lo menos una historia a esta colección maravillosa?  En la apacible transición del atardecer solemos preguntarnos qué queda por hacer, por cuál de nuestras faenas seremos recordados, qué de nosotros trascenderá.  Y cuando el oficio es el de escribir, resulta natural desear haber traspasado, de lado a lado, aunque sea un solo corazón, a decir de Cocteau; haber conmovido por lo menos a otro ser humano con el discurrir esmerado de nuestras palabras.

Las mil noches y una noche es una historia que no cesa de crecer, en virtud de la simpatía que genera Scherezade, de la identificación con su causa que suscita entre sus lectores, de ese necio afán humano por subsistir un día más, por volver a sentir la tibieza del sol sobre la piel, por sobrevivir.  Nos entendemos con ella desde la resistencia, porque muy bien puede ser una de nosotros.  Cualquier hombre, cualquier mujer.   Una joven esposa hila historias para salvar su vida, cada noche.  En ellas, su imaginación fructifica en objetos mágicos, ladrones escondidos en odres de aceite vacíos, alfombras voladoras, lámparas maravillosas, demonios, sueños premonitorios, transgresiones y deseos humanos. Meras construcciones del lenguaje, edificios de palabras y de ideas que, como las de todo narrador, intenta convencer con sus argumentos.  De su historia y de la obra que la contiene hay muchísimas versiones al castellano que vale la pena revisar. Y ahí también, condensada en esa obra monumental, se encuentra mucha de la sabiduría que se expresa en boca de Scherezade, quien afirma con razón que no hay otra ciencia que la del destino.  Y el nuestro es seguir leyéndola, comprendiéndola, maravillándonos mil y una veces.

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