En un foro sobre las «oportunidades económicas» de Guatemala, un grupo de empresarios conversaban sobre el clima de negocios del país. Las intervenciones de los ponentes extranjeros eran sumamente interesantes, pero la de un guatemalteco me dejó atónico.
El empresario empezó a contarle al público sobre una “gran oportunidad económica” que tenían los guatemaltecos para crecer: las tienditas de barrio. Empezó a hablar sobre cómo estas tienditas podrían expandirse y generar riqueza para sus comunidades. El señor pretendía vendernos humo con una convicción impresionante. Los demás ponentes lo miraban un tanto extrañados.
Las tienditas de barrio son un negocio legítimo, como cualquiera. Pero son el resultado de la falta de oportunidades de empleo y fuentes de financiamiento. Muy probablemente, la gran mayoría de estos negocios operan en la informalidad y son vulnerables a las extorsiones. Usualmente operan en comunidades con baja capacidad adquisitiva, por lo que difícilmente podrán aumentar el margen de ganancia de sus productos.
La intervención de este empresario guatemalteco me hizo pensar sobre la poca ambición que tenemos al conversar sobre maneras de generar riqueza para todos. Cuando pensamos en industrias potenciales para el país, se enumeran actividades agrícolas, contact centers, construcción, venta y reparación de vehículos, entre otros. Lo usual, mas no suficiente.
Participé junto con un economista que respecto mucho en una investigación sobre las economías de los estados sureños mexicanos. Estudiamos los proyectos que el gobierno federal tenía contemplados para el Istmo de Tehuantepec y la Península de Yucatán.
En el istmo, tenían pensado desarrollar una zona económica especial con incentivos fiscales; carreteras; un tren para transportar mercaderías; y parques industriales con infraestructura energética y transporte público para facilitar la llegada de trabajadores. Le apostaban a atraer empresas dedicadas a fabricar aparatos electrónicos, partes de automóviles y un sinfín de productos industriales.
Este proyecto era el famoso “canal seco” que anunció el presidente López Obrador al inicio de su presidencia. Por supuesto, su implementación afrontó muchísimos desafíos, siendo uno de ellos la pandemia del Covid-19. Sin embargo, está claro que los mexicanos tienen la ambición que los guatemaltecos no nos atrevemos a tener.
Pienso que nuestra historia nos ha quitado nuestra capacidad de soñar. En innumerables ocasiones, he escuchado a otras personas compartir sus sueños, pero rápidamente alguien resalta lo difícil que será conseguirlo en Guatemala. “Si haces eso te vas a morir de hambre, esa es la realidad”.
No es mentira. Vivimos bajo condiciones estructurales que dificultan perseguir los anhelos personales. Es un ambiente donde superarse profesionalmente y/o emprender es sumamente retador. Por más prudentes y trabajadores que son muchos guatemaltecos, nuestra realidad les ha cortado las alas. Una porción cada vez más grande de la población solo logra superarse migrando a Estados Unidos.
Pero nuestra situación no debe de depravarnos de nuestra capacidad de soñar y ser ambiciosos. El día que seamos incapaces de visionar un futuro más digno, con riqueza y oportunidades para todos, todo estará perdido. Mientras tanto, nuestra responsabilidad como ciudadanos es aprovechar la democracia–un tanto moribunda, pero viva–que tenemos.
Creo que todas las personas de bien tenemos más o menos clara la meta. Buscamos una economía vibrante con empresas exitosas y sostenibles que cuentan con ambientes laborales humanos y solidarios. La universalización de la educación y la salud es otra de esas metas. Alternativas de transporte para no estar condenados a horas de tráfico. Podríamos mencionar muchísimas cosas más.
Dicho esto, la discusión que está pendiente son los pasos que queremos tomar para alcanzar ese objetivo. ¿Cuáles son las regiones del país que debemos priorizar en proyectos de infraestructura? ¿Qué tipo de industrias deseamos atraer? ¿Cuáles políticas públicas se deben implementar para que dichas industrias consideren seriamente invertir en nuestro país? ¿Cuánta plata costará todo esto? ¿Cómo creamos un modelo económico que genere riqueza y oportunidades para todos?
Estoy seguro de que las respuestas a estas preguntas no son las tienditas de barrio.
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