“El que resiste, gana”. Camilo José Cela pronunció esta sentencia en su discurso de recepción del Premio Príncipe de Asturias, en 1987, y al leer sus palabras, casi treinta años más tarde, se comprende la trascendencia de su pensamiento. En su caso particular, el Nóbel se refería a la situación en España, pero la idea resulta proverbial en los tiempos que corren y puede aplicarse hasta en los confines más perdidos del planeta.
Resistir es negarse. Resistir es no aceptar. Resistir es luchar, aunque la batalla parezca perdida y la contienda, absurda. También es un verbo que conjugamos a menudo sin preguntarnos las razones que nos impulsan a hacerle frente a la adversidad. No en balde la palabra refuerza la idea que contiene e inicia con el prefijo re que intensifica la acción. Su origen etimológico se remonta al latín resistere que significa mantenerse firme, en su sitio, en pie, en su dignidad. Vaya fuerza la que invoca este vocablo en sus breves sílabas y vaya parientes los que tiene de acuerdo con su origen: insistir, persistir, existir, subsistir. De ese modo, la resistencia subsiste hasta nuestros días como término indispensable para nombrar un valor esencial en la pervivencia de la humanidad.
La resistencia entonces se entiende y se aplica a múltiples disciplinas del hacer humano, como la acción y la capacidad de aguantar, tolerar u oponerse frente a una determinada actividad, más allá del cansancio físico o emocional. Pienso en el deporte, el trabajo o el estudio, por ejemplo. Cuando mis hijos eran nadadores federados, solía preguntarles cómo resistían los arduos entrenamientos, el clima y el cansancio, y sus respuestas ponían en evidencia sus secretas esencias. Ella decía, quiero ganar una medalla; mientras él respondía, yo no pienso en el cansancio, canto dentro de mí y sigo nadando… Cuando estudié la licenciatura en letras, la resistencia me sostuvo durante largas noches, mientras arrullaba a mi bebé, sentada en la mecedora, y leía a Balzac para el examen del día siguiente.
Banksy, Niña con el globo.
En sicología se habla de resiliencia como un proceso de encarar al infortunio y los reveses de la vida, sean estos tragedias, pérdidas, tensiones u otros traumas derivados de problemas familiares, económicos, laborales o existenciales. El término se adaptó de la física y se refiere a la capacidad de algunos materiales para recuperar su forma inicial después de haber sido sometidos a fuerzas extremas. Aunque no recobremos del todo nuestro estado inicial de paz y serenidad, si es que lo hubo, la resiliencia sugiere ese mismo potencial de resistencia ante los embates del diario vivir. En el campo de lo social, a través de la historia, encontramos múltiples ejemplos en donde la resistencia ha sido clave para conquistar mejores condiciones de vida, derechos individuales y colectivos y facilitar cambios en los órdenes políticos y socioeconómicos. En Guatemala, la más loable de las resistencias, según mi parecer, fue la llevada a cabo por los maestros de la Revolución del 44, quienes expusieron sus vidas y arriesgaron a sus familias en beneficio del cambio social.
Muchas personas opinan que la resistencia debe darse por medio de un conflicto armado, de un choque frontal y certero, y yo considero que tal vez no sea siempre necesario. En muchos casos, la pujanza pacífica, la fortaleza de la inteligencia y la firmeza sosegada también pueden procurar resultados insospechados y similares a los de una alzada en armas. La resistencia es posible que la traigamos codificada en el ADN, como herramienta para garantizar la continuidad de la raza humana. Y no se ha inventado aún un aparato de medición de la resistencia humana como ese que calcula la resistencia eléctrica, porque la humana es una vocación que trasciende medidas y magnitudes. Aflora de manera natural en las personas, sin importar género, edad o condición social y cobra las formas más inauditas. En ese sentido, pienso en el arte, en la literatura, en los múltiples ejemplos que hay de rebeldía y de coraje, de reciedumbre y resistencia ante valores caducos y dominantes. Muchos personajes queridos se han quedado en mi corazón a partir de su espíritu indoblegable, la señora Dalloway, la matriarca Úrsula Iguarán, Elizabeth Bennet de Orgullo y prejuicio, Lisbeth Salander de la saga Milenium y Éowyn, sobrina guerrera del rey Théoden, de la trilogía de El señor de los anillos, para nombrar a algunas. Recuerdo a Ferlinghetti y los versos encendidos en su poema Pity the Nation: Pity the nation whose people are sheep, (Lástima de la nación cuya gente son ovejas) Pity the nation that raises not its voice (lástima de la nación que no alza su voz); y a Burroughs, quien se preguntaba de qué forma están muertos los que no se comprometen, los que no resisten, a qué son adictos esos junkies que no se interesan por lo que sucede a su alrededor y se pretenden ajenos a su contexto. César Vallejo, Rosario Castellanos, Alfonsina Storni, Virginia Woolf, Miguel Ángel Asturias, Cardoza y Aragón, José María López Valdizón, Luis Alfredo Arango, Pepita García Granados, Otto René Castillo, Mario Payeras, Luis De Lión, Alaíde Foppa entre tantos otros creadores, dolieron y opusieron digna resistencia desde la profundidad de sus convicciones y quienes los leemos, no podemos sino reverenciar su disposición por la firmeza del espíritu y la dignidad de la condición humana.
Banksy, Lanzador de flores.
En las actuales circunstancias sociales, políticas y económicas de Guatemala, la acción de resistir se manifiesta a diario y se alza en ejemplos dignos del elogio de quienes somos testigos de su lucha. Entre los más recientes están los de la fiscal Virginia Laparra y los demás operadores de justicia que han optado por el exilio y, con ello, por la vida, la lucha y la resistencia desde fuera del país. En otra faceta, la publicación del diario de doña Felisa Muralles Díaz, Memorias de una resistencia pacífica, La Puya 2012 – 2013, en donde narra la defensa de un territorio por parte de poblaciones decididas, valientes y organizadas para contrarrestar los embates coordinados de un sistema que amenaza su futuro y el de sus hijos. Por otro lado, la resistencia de tantos enfermos y sus familias concentrados en vivir sus últimos días y la transición de una manera decorosa que nos dan una lección de sensatez y serenidad. A la vez, en Guatemala, se resiste al escribir y publicar. Se resiste en la medida que se invierte en una modesta biblioteca, se lee con pasión e incluso se paga las ediciones propias para compartir sentimientos e ideas, como si fuera poco, se comprende que las reacciones de maledicencia, calumnia, desvalorización y crítica solo ponen en evidencia y condenan a quienes las ejercen.
Al conjugar yo misma el verbo resistir, me temo que, en muchos aspectos, no puedo sino recordar con gratitud a don Ernesto, mi amado Sábato y su hermoso ensayo La resistencia, publicado en el 2000. En el último párrafo del libro, dice: “En esta tarea (la de vivir) lo primordial es negarse. Defender, como lo han hecho heroicamente los pueblos ocupados, la tradición que nos dice cuánto de sagrado tiene el hombre. No permitir que se nos desperdicie la gracia de los pequeños momentos de libertad que podemos gozar: una mesa compartida con gente que queremos, una caminata entre los árboles, la gratitud de un abrazo. El mundo nada puede contra un ser humano que canta en la miseria.”
De esa manera, se asienta en mí lo leído. La sencillez, la claridad de corazón, la paz como opción de vida y los afectos devienen esenciales al conjugar la resistencia y si resistimos, ganamos.
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