La fiesta de la Virgen del Rosario

La tradición de rezar el rosario llegó con los frailes dominicos al Reino de Guatemala, en el siglo XVI, con los primeros conquistadores. El formato de un rezo continuo como el rosario proviene de la India y de algunas regiones del Medio Oriente.

María Elena Schlesinger

octubre 13, 2024 - Actualizado octubre 12, 2024

Año con año, durante el mes de octubre, la Basílica de Santo Domingo de la ciudad de Guatemala se engalana de fiesta para honrar a la Virgen del Rosario,  siguiendo la tradición y la  historia de la iglesia católica, que nos relata que, un domingo 7 de octubre de 1571, las tropas cristianas  derrotaron a los turcos en la importantísima batalla marítima de Lepanto, la mismísima en la que Miguel de Cervantes Saavedra,  escritor y soldado, quedó tullido de brazo, batalla que detuvo la difusión del Islam en Europa;  triunfo que piadosamente se le atribuyó a las millones de oraciones y rosarios desgranados por los Cofrades del Rosario a favor de la Iglesia católica.

En 1569, el Papa dominico Pio V (en el papado de 1566-1572) estableció oficialmente, a través de una bula, la devoción del Santo Rosario.  Así mismo, en acción de gracias a la Santísima Virgen por su intercesión durante la decisiva batalla en contra de los entonces llamados infieles, confirió a las cofradías del Santo Rosario, la facultad de celebrar con toda pompa, pólvora y muchísima alegría, una fecha especial para la Virgen del Rosario, cada primer domingo de octubre, fiesta mariana que en Guatemala se extiende, gracias a la devoción del pueblo, a todo el mes.

La tradición de rezar el rosario llegó con los frailes dominicos al Reino de Guatemala, en el siglo XVI, con los primeros conquistadores. El formato de un rezo continuo como el rosario proviene de la India y de algunas regiones del Medio Oriente en donde practican aún el llamado “rezo largo”, el cual consiste en la repetición de un sin número de oraciones al Altísimo y, en este caso del rosario, a la Virgen, siguiendo la ruta de una cadena sin fin de bolitas de madera que el feligrés va moviendo de acuerdo al paso de su oración. 

La devoción a la Virgen del Rosario ha trascendido hasta nuestros días y, muy especialmente, durante el mes de octubre, cuando miles y miles de católicos visitamos a la Virgen de Santo Domingo, la patrona más arraigada, sentimental y querida de la ciudad.

Mis memorias más lejanas e íntimas me regresan a un par de rodillas doliendo mucho por estar hincada al lado de mi madre en un reclinatorio de madera lisa y dura en la iglesia dominica, en posición muy recta, manos muy juntas y en silencio, bajo amenaza de pellizco o “si me sigues interrumpiendo mi rosario, no habrá algodón rosado de dulce”. El tiempo discurría lento entonces y las Aves Marías que rezaba mi madre me parecían eternas. Pero con el paso de los años, me percaté que fueron las necesarias y perfectamente suficientes para que la devoción mariana y la tradición de visitar en octubre el templo de Santo Domingo, que me llegó de mi  madre, se convirtiera en mía, como ese tiempo circular e infinito de nuestros ancestros o como el infinitamente circular del mismo  rosario que aprendimos a rezar siendo enanos,  de rodillas y con la vista vedada a la Virgen del niñito dormido. Porque las creencias y devociones se arraigan en casa, en el seno de la familia, de la mano de los padres y abuelos.

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