El tiempo y la economía: plazos, recursos y cambio

Harari indica que mientras en el pasado podríamos responsabilizar a la naturaleza o a una deidad por una sequía, una hambruna o una guerra, hoy son retos de desarrollo que se pueden resolver con políticas económicas, acuerdos diplomáticos y tecnología. Hoy somos nosotros los responsables de que estos fenómenos dañinos ocurran.

José Gálvez

agosto 25, 2024 - Actualizado agosto 24, 2024

La persistencia de la memoria, Salvador Dalí, 1931

Una herramienta que los economistas usan para abstraer el futuro es cortarlo en plazos: corto, mediano y largo. Generalmente, cada plazo es específico a un tipo de actor económico: cada individuo, organización e industria deberán definir sus plazos según la velocidad de sus procesos productivos. Por ejemplo, el cambio tecnológico es diferente si uno atiende un vivero que si uno administra una fábrica de microchips. En este sentido, el pensar en plazos de tiempo nos permite construir espacios temporales dentro de los cuáles podemos visualizar metas y medir los resultados de nuestras acciones. 

En el corto plazo, una empresa, por ejemplo, debe priorizar sus ventas y su personal. En el corto plazo, la empresa, como oferente de un producto, debe satisfacer a una demanda de consumidores. También la empresa debe administrar su insumo esencial en la producción: su demanda de trabajo. Típicamente en este tipo de procesos de mercado hay una variable sobre la que el empresario debe decidir: ¿A qué precio vende una cantidad determinada de un producto? ¿Cuántos trabajadores tiene que contratar para completar una tarea? La microeconomía neoclásica de Marshall y la teoría de juegos nos sacan de apuros conceptuales en estas situaciones porque sus modelos económicos de corto plazo suelen ser simples y explican la optimización de procesos. Se enfocan en la eficiencia: hacer más en menos tiempo. 

En el mediano plazo, el análisis económico se torna nebuloso, político y hasta ideológico. Un amigo una vez me dijo: “Te puedo decir que ocurrirá mañana o en diez años, pero jamás te puedo decir con certidumbre lo que ocurrirá en seis meses”. En el mediano plazo impera la incertidumbre profunda. Es en el mediano plazo donde es más riesgos a la especulación y en donde emerge la crisis y la reacción. Keynes, por ejemplo, trató el mediano plazo mezclando herramientas analíticas del corto y el largo. Esto le permitió analizar cómo los cambios en salarios son “pegajosos” y no reaccionan de manera inmediata ante una crisis. Hayek, la contraparte intelectual de Keynes, diría que el mediano plazo realmente no es analizable dado su alto nivel de complejidad. Hayek indicaba que debiésemos enfocarnos en el largo plazo y permitir a los mercados equilibrarse, argumento al que famosa y pragmáticamente Keynes responde: “En el largo plazo, todos estamos muertos”. 

Finalmente, en el largo plazo se tratan temas complejos que, por su naturaleza, carecen de soluciones únicas. En el largo plazo la economía explica temas como la innovación, el crecimiento de la economía, el desarrollo del país y la estabilidad macroeconómica. Podemos ver que estos temas típicamente presentan dos o más variables que no siempre resuelven el sistema. Lo que tenemos son una infinidad de potenciales estrategias sobre la manera en que construimos el futuro. Es en el largo plazo que la historia se asienta y vislumbramos las consecuencias de los vicios y virtudes que se desarrollaron en procesos de corto plazo. En la elección de estrategias de largo plazo surgen preguntas como ¿Invertimos en tecnificarnos o en crear más empleos de alta calidad? ¿Le apostamos a la calidad institucional o a mejoras en infraestructura? Schumpeter indicaba que, si con algo podemos contar en el largo plazo, es con la destrucción creativa de procesos, que persistirá mientras exista una economía capitalista dinámica.

Harari, en Homo Deus, nos invita a pensar en que el hambre, la pobreza y la violencia ya no son problemas sin soluciones técnicas y esperanzadoramente propone que, poco a poco, pasarán a ser historia. Harari indica que mientras en el pasado podríamos responsabilizar a la naturaleza o a una deidad por una sequía, una hambruna o una guerra, hoy son retos de desarrollo que se pueden resolver con políticas económicas, acuerdos diplomáticos y tecnología. Hoy somos nosotros los responsables de que estos fenómenos dañinos ocurran. El tiempo pasa y se pierde. El tiempo que tenemos para desarrollarnos es un objeto económico escaso; una distancia, un espacio que nos permite implementar soluciones o desaprovechar oportunidades. El tiempo es la variable más relevante en conectarnos de forma material con el universo físico. El tiempo lo rige todo. El tiempo que tenemos, debemos usarlo con la mayor sabiduría posible. La especulación miope nos puede beneficiar de forma inmediata, pero en el largo plazo, lo que ignoremos por el oportunismo, tendrá un alto costo de oportunidad en nuestro desarrollo. 

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