Recomendaría que Felipe VI leyera este libro, quizá así comprendería por qué son necesarias las disculpas.
Qué agradable es escuchar en persona a un autor hablando de su libro, acompañado de especialistas invitados, como la doctora Bárbara Arroyo y el doctor Eduardo Velásquez, quienes comentaron Muerte en la nieve, Pedro de Alvarado y la conquista de los Andes, publicado por CIRMA y SOPHOS, la Universidad Andina Simón Bolívar de Ecuador y Corporación Editora Nacional de Quito en octubre de este año.
Cuando se ha leído obras anteriores de George Lovell, no caben dudas que éste será igualmente interesante, bien escrito y documentado. Y así es, este libro, de muy accesible lectura, copiosa y pertinentemente documentado, se suma a los anteriores en los que nos abre vías para saber cómo se llevó a cabo la empresa de la conquista en estas tierras. Tuve ocasión de participar en la presentación en FILGUA, hace unos años, de Atemorizar la tierra, Pedro de Alvarado. La conquista de Guatemala1524-1541, escrito con Wendy Kramer y Christopher Lutz, texto que me pareció un inmenso aporte para quienes cuestionan el relato de los conquistadores como héroes valientes y justicieros.
Este nuevo libro es, en alguna medida, producto de una lectura casual de Nacimientos, del escritor uruguayo Eduardo Galeano, donde el autor encontró una viñeta titulada “Riobamba” que narra el intento fallido de Alvarado de intervenir en la conquista del Perú. A partir de ese pequeño relato, Lovell hace su propia investigación, inmerso en distintos archivos, consultando fuentes diversas, haciendo acopio de información, construyendo sus concisas frases que describen con ingeniosa brevedad fenómenos complejos. Una de las virtudes de este libro es justamente eso: las fuentes que aparecen a pie de página, las explicaciones al final del texto, que son una razón más para valorarlo. Y por supuesto, para leerlo.
Pedro de Alvarado, el Adelantado, Tonatiu, es un personaje que ha suscitado la atención de muchos autores, gracias a quienes podemos hacernos una idea no sólo del personaje, sino del contexto en el que se desenvolvió. En las primeras páginas de este libro se le describe como ambicioso, avaricioso, codicioso, imprudente, como un protagonista central de la debacle y de los estragos que trajo la construcción de “la ruta del saqueo”, el “itinerario de la desolación.” Lovell afirma que esta obra tiene “su propia historia que contar, una historia triste llena de incidentes tan dramáticos como cualquier otra marcada por la incesante construcción del imperio por parte de España”.
Las atrocidades cometidas por Alvarado en Tenochtitlan ya han sido ampliamente estudiadas y comentadas, no obstante, siguen saliendo a luz aspectos que antes pasaron desapercibidos sobre este hombre que hoy sería catalogado como un criminal de guerra. La codicia es un rasgo muy notorio en Alvarado, a quien Guatemala se le hizo poca cosa para sus ambiciones y por ello marchó al sur con autorización del rey, invirtiendo en la empresa grandes cantidades de oro. Pero, sobre todo, utilizando la fuerza y las vidas de miles de indígenas, para construir las naves y hacer el desquiciante viaje que, según sus cálculos erróneos, lo llevaría a conseguir las siempre ansiadas riquezas de las que hablaban otros viajeros.
Con el rigor que le caracteriza, Lovell contrasta datos de distintas fuentes para ofrecer cifras de las cantidades de personas, españoles, indígenas, negros que fueron llevados en esa expedición signada por la arrogancia y la ceguera de un hombre violento cuyo deseo de conquista lo llevó a la muerte. Entre quienes partieron con él, aunque no aparecen en los listados, estaban dos mujeres: la princesa tlaxcalteca Tecuilvatzin (Fuego que canta), bautizada como Luisa, hija de Xicoténcatl, y Leonor, hija de ambos, quien por entonces tendría cerca de diez años. Con ellas iba un grupo de mujeres para atenderlas y cuidarlas. Arropadas de esta manera, madre e hija hicieron la travesía marítima, atravesaron los gélidos andes y volvieron tras la derrota de aquel hombre que las concebía como objetos intercambiables, como quedó evidenciado al ofrecer a su hija Leonor para sellar un acuerdo con Almagro, su rival en la disputa por las tierras.
Adrián Recinos afirma que Alvarado amó a doña Luisa, hecho que no se puede confirmar y que, desde mi perspectiva, más bien romantiza la dimensión de los abusos y el despojo perpetrado por estos bárbaros. Apropiarse de las mujeres como botín de guerra ha sido un gesto de poder desde la antigüedad. En el caso de la invasión y colonización española, las mujeres fueron fuente de riqueza y de explotación en muchos sentidos, pero el sexual ha sido deliberadamente silenciado.
Tanto Galeano como Lovell describen el viaje a través de las montañas bajo la imponente nieve, en la peor temporada del año, como un desastre en el que quedaron cientos de mujeres y hombres, caballos, pertrechos, tesoros, incrustados en el hielo, mutilados, ciegos, destrozados. Una no puede menos que recordar Fitzcarraldo, la película de Werner Herzog que trata sobre un hombre que quiere construir un teatro de ópera en la selva. Pero nada se compara al horror y la crueldad que este hombre ejerció, haciendo gala de gran inhumanidad y maldad. Por ello, indigna que en algunos círculos se le reivindique como un civilizador, como en la derecha española.
A pesar del rotundo fracaso de su intento en Ecuador, del que regresó endeudado y humillado por Pizarro y Almagro, sus adversarios, Alvarado emprendió viaje a España para solicitar apoyo en otra aventura. En Guadalajara sufrió un accidente, probablemente provocado por su imprudencia, del cual no se repuso y murió. Lovell afirma que Alvarado nunca llegó a ser el conquistador que quiso ser. Y “… un aura oscura acecha su recuerdo”. Todo lo anterior habla de un hombre inescrupuloso y arrogante, cuyo deseo de poder no tuvo límites. Al final, podemos concluir, un tipo irracional, avorazado insaciable, que es preciso identificar como tal.
En su intervención para comentar el libro, Bárbara Arroyo destacó la “agencia indígena”, es decir, la participación en dichos sucesos de los pueblos originarios. El libro da cuenta de las luchas y las rebeldías kaqchikeles que persistían seis años después de la supuesta rendición de Iximche. También Lovell menciona a los indígenas que sobrevivieron y se quedaron en Ecuador, donde según Guillermo Paz Cárcamo, habría descendientes de aquéllos, lo cual no se pudo comprobar.
Tengo la fortuna de conocer a George Lovell desde hace años y me da gusto que siga produciendo obras tan importantes y necesarias para nuestro conocimiento de la historia. Me ha contado de un proyecto que tiene entre manos que seguro será otra maravilla, con el amor y la consciencia que sus libros transpiran. Ojalá que quienes estudian el pasado, quienes se preguntan por qué estamos cómo estamos, lean este libro. Seguramente, algo van a aprender.
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