La gastronomía de un país o región está ligada, principalmente, a los productos alimenticios que se producen en ella a lo largo del año o en forma estacional, como sucede en Guatemala con algunos vegetales, frutas, semillas o insectos que aparecen en los mercados y supermercados únicamente en tiempos específicos: Frutas y verduras que llegan para variar la mesa cotidiana media del guatemalteco con manjares como los jocotes, ayote tan negro que asusta, flor de izote y calabaza, anacates, lorocos, además del gran surtido de frutas, las jugosas para aliviar los tiempos de calor y las de tierras altas, cuando ya se han iniciado las lluvias, para aliviar los días destemplados y grises, porque además de comerse naturales se pueden comer en compotas, jaleas o colochos.
Porque está claro que ilusiona y se desea más, lo que no se tiene siempre, lo que se come solamente en ciertos meses del año como los mangos, los nances, los higos, las guayabas y los membrillos, los que pasean como estrellas fugaces por la escasez de las cosechas, porque ya no se cultivan en los patios como los injertos y las anonas. O como sucede con los membrillos, que cuando a uno se le antoja degustar el segundo, con sal gruesa, chile y limón, nos percatamos de que ya pasó la temporada y debemos guardarnos el antojo en el bolsillo hasta el año próximo.
Los chapines somos afortunados por contar con una inmensa variedad de frutas, hierbas y verduras, para todos los gustos y requerimientos, porque estos productos son en general los más accesibles del mercado. Aquí es muy fácil ser vegetariano, y si de mercados se trata, a paso de perico o de elefante, por decir que a un poco más de distancia encontramos un mercado repletito de tesoros de la tierra, limpios, ordenados y seguros.
Recién esta semana caminaba por los alrededores del Mercado Central, -uno de los recintos comerciales más antiguos de la ciudad, ya que fue edificado en los tiempos conservadores de Cerna, inaugurado, sin embargo, con gran pompa y circunstancia por el presidente García Granados en octubre de 1871- y quedé maravillada por la cantidad de vegetales y frutas disponibles afuera y adentro del lugar. Pero más fue mi asombro al encontrar, a diestra y siniestra, volcanes de melocotones y duraznos, de esos que chorrean jugo dulce, tienen carne blanca y corazón colorado.
Delicia de la estación y lujo de nuestras ferias patronales como la de Jocotenango. Fruta que llega a la ciudad del altiplano en camiones y camionetas, dentro de grandes canastos o cajas de madera, sobre camas de espigas de pino, empacados con papel periódico blanco y amarrados cuidadosamente con redes de mecate, porque son muy delicados. Vienen a la capital con las manzanas, membrillos, cerezas y peras, las cuales, muchas veces, se juntas con azúcar y canela en la olla más alta de la cocina para que las mieles no salpiquen: una de las mejores compotas o macedonias que podemos degustar los guatemaltecos en estos días destemplados, postre de aromas frutales y románticos, acanelados y de miel espesa transparente o rojiza porque a los duraznos se les pueden añadir las cerezas criollas. Platillo poderoso e íntimo de estas tierras, que alienta el alma, nos devuelve memorias y es capaz de endulzar los días.
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