Con mayor frecuencia, personas con convicciones ideológicas definidas—i.e., liberales, progresistas y conservadores—dicen que los miembros del otro bando son hipócritas, egoístas y de mentalidad cerrada, y que no están dispuestos a socializar con personas de otros partidos o ideologías. En la ciencia política, este fenómeno de animosidad entre los distintos partidos o ideologías o grupos se conoce como polarización afectiva (1). La polarización afectiva se refiere no solo a estar en desacuerdo sobre cuestiones políticas, sino que también al desarrollar emociones fuertes y negativas hacia los miembros del grupo opuesto. Esto va más allá del mero desacuerdo ideológico y se manifiesta en una animosidad profundamente arraigada que afecta las relaciones interpersonales y la confianza social.
Por ejemplo, en EE.UU., la polarización afectiva se produce cuando estos desacuerdos sobre políticas llevan a los demócratas a ver a los republicanos como moralmente inferiores o poco confiables y viceversa. Esta división emocional puede conducir a comportamientos como la falta de voluntad para involucrarse en relaciones sociales o profesionales con miembros del partido opuesto, o atribuirles rasgos negativos, como el egoísmo o la ignorancia, basándose únicamente en su afiliación política o ideológica.
Como parte de un grupo de trabajo de Oxfam sobre contención democrática, estamos en proceso de corroborar datos sobre la profundización de actitudes contrarias a la democracia, la erosión en la confianza que existe en el sistema, la dificultad para llegar a acuerdos políticos. ¿Cómo podemos demostrar si la polarización afectiva ha aumentado, disminuido, o permanecido igual en Guatemala durante la última década? Usando datos de encuestas realizadas en Guatemala que midan elementos de la polarización afectiva en años distintos como: calificaciones de termómetros de sentimientos de partidos/grupos políticos opositores, medidas de distancia social entre personas de diferentes partidos y medidas de sesgo o discriminación interpartidista. Se vuelve necesario desgranar los clivajes en los que la polarización se manifiesta, especialmente en un contexto posconflicto que presenta engranajes autoritarios todavía incrustados en el Estado y que tiene un electorado altamente ideológico pero una oferta multipartidaria inestable (2).
Una hipótesis que proponemos es que Guatemala parece estar atrapada en un ciclo peligroso en el que la destrucción de ciertos fundamentos democráticos conduce a una mayor polarización y conflicto social. Como mencionan los politólogos Shanto Iyengar y Yphtach Lelkes, la polarización debilita aún más las instituciones democráticas y, a su vez, las instituciones debilitadas conducen a un mal desempeño gubernamental. Ese mal desempeño aumenta la insatisfacción pública y esa insatisfacción alimenta la polarización y los sentimientos de desafección con el sistema entre las personas, volviéndose un bucle de retroalimentación regresiva.
Déficit democrático y desconfianza social
Muchos países de la región no han logrado cumplir sus aspiraciones democráticas. La esperada transición a la democracia que supuestamente garantizaría una amplia gama de derechos (i.e., económicos, sociales, culturales, ambientales, civiles y políticos), promovería una amplia participación en la toma de decisiones e implementaría políticas en pro del bien común no se ha materializado plenamente. Oxfam ha producido reportes que muestran cómo, en los últimos años, América Latina ha presenciado una tendencia preocupante: el poder político se ha concentrado cada vez más en manos de pequeños grupos de élite (3). Estos pocos privilegiados han utilizado los recursos públicos y las capacidades gubernamentales para salvaguardar y ampliar sus propias ventajas, en lugar de servir a los intereses de la población en general. Esta evolución contrasta marcadamente con los ideales democráticos originales y ha contribuido a un notable déficit democrático en la región.
Los niveles extremadamente altos de división y animosidad pueden ser perjudiciales. En el espacio político de toma de decisiones, la polarización puede impedir el ponerse de acuerdo, llegando a continuos puntos muertos; también puede incidir en el dominio de un solo partido y a la politización de las normas democráticas. La intensa polarización afectiva puede reducir la eficacia del gobierno al dificultar las concesiones y la cooperación interpartidista. Sociológicamente, el fenómeno de la polarización afectiva perpetúa el ciclo de desconfiar prioritariamente en el ‘otro’ porque, a medida que se intensifica la polarización, los ciudadanos pueden perder la fe en las instituciones y los procesos democráticos, viéndolos como si estuvieran en manos del bando contrario. En casos extremos, la polarización puede llevar a las personas a justificar acciones antidemocráticas si creen que así impedirán que el otro bando acceda al poder. Los estereotipos negativos sobre las personas que no pertenecen al grupo propio son a menudo el paso previo a violaciones de las normas democráticas y violencia, lo que posteriormente puede generar mayores niveles de apoyo a dichas violaciones de las normas en contra de los adversarios. La polarización afectiva profundiza la mentalidad de suma cero, un enfoque político en el que el ganador se lleva todo, lo que está en contradicción con el compromiso democrático.
En América Latina, la polarización afectiva no es homogénea en sus expresiones ideológicas: AMLO la usó como estrategia contra el PRI y el PAN (4); y el antipetismo le rindió frutos a Bolsonaro (5). A falta de datos más iluminadores, podemos observar que Guatemala sigue experimentado una intensa polarización entre élites: una político-electoral emergente reformista que presiona para que se adopten medidas anticorrupción y se fortalezcan las instituciones; y las élites jurídicas, económicas y partidistas más tradicionales y sus aliados extrainstitucionales, quienes buscan mantener el statu quo y protegerse de procesos de rendición de cuentas. En Guatemala, como en el resto de América Latina, hay que hacer una salvedad y destacar que la polarización no siempre es responsabilidad de todos, pues a veces sucede porque unos se alejan del punto sin que los otros se muevan un ápice. Y también que, hasta cierto punto, un grado de conflicto político y de polarización política son buenos porque mantienen vivos los debates sociales que nos permiten avanzar.
Sentando las bases para la antidemocracia
En el caso de Guatemala, el país demuestra cómo la polarización afectiva entre sus élites puede contribuir a un ciclo de erosión democrática que se autoperpetúa. Una de las consecuencias más preocupantes de la polarización afectiva es que el electorado termina socavando la democracia con herramientas e instrumentos propios del sistema: escogiendo candidatos abiertamente antidemocráticos. Hoy, la subversión de la democracia por parte de gobernantes elegidos democráticamente ha aparecido como la forma más común de colapso democrático. Las tomas de poder por parte del ejecutivo constituyen la principal manera en el colapso democrático en los últimos 45 años. Como señala el politólogo Milan W. Svolik, antes de los años 1990, los golpes de Estado eran apenas un poco más frecuentes que los golpes militares. Sin embargo, después de esa década, la frecuencia relativa de los golpes de Estado aumentó y han sido la causa de cuatro de cada cinco colapsos democráticos desde los años 2000 (6).
Una de las consecuencias que nos debería de mantener alerta es algo que no pasó en Guatemala durante los intentos de golpe de estado en 2023, cuando estuvimos en el punto más autoritario de nuestro período democrático. Politólogos como Sheri Berman, Larry Diamond, Timothy Snyder y Kim Lane Scheppele han demostrado como, a medida que los ciudadanos pierden la fe en los procesos e instituciones democráticos, crece la disposición a apoyar medidas extremas, acciones antidemocráticas o hasta votar por candidatos abiertamente autoritarios, socavando aún más la democracia desde sus cimientos procedimentales.
Nunca, en lo que va de siglo, hubo tanta insatisfacción y tan poco apoyo a la democracia en Guatemala, como en el último año de gobierno de Alejandro Giammattei. El hecho de que sólo el 38% de las y los guatemaltecos se haya mostrado satisfecho con la democracia indica una grave crisis de confianza en el sistema democrático. En aquel momento, las encuestas también coincidían con la desilusión sobre la democracia. Pero en 2023, la gente salió a apoyar al candidato más democrático que había en la boleta. A pesar de que, a medida que la satisfacción con la democracia disminuye debido a la polarización afectiva y las y los guatemaltecos estaban más susceptibles a apoyar enfoques autoritarios o de “mano dura” para el gobierno, el caso en 2023 no resultó en un candidato autoritario como presidente electo.
Eso tampoco significa que tampoco nos hayamos librado de que una amenaza antidemocrática pueda llegar al poder por la vía electoral. Sí estaban dispuestos a apoyar a candidatos de corte más autoritario, como Carlos Pineda, pero no a salirse del mecanismo democrático de elección. El clivaje no era ni izquierda-derecha, ni democracia-autocracia, sino establishment/ ‘corrupto’-outsider/ ‘honesto’.
Ya que la satisfacción con la democracia en Guatemala nunca fue muy alta, podríamos estar sentando las bases para una articulación autocrática. Como lo enfatizan Daniel Ziblatt y Steven Levitsky, la insatisfacción con el desempeño democrático puede hacer que los ciudadanos sean más susceptibles a apoyar alternativas autoritarias o líderes “fuertes” que prometen soluciones rápidas fuera de las normas del juego democrático. Y, como subraya la politóloga argentina María Victoria Murillo, el descontento de los votantes con sus opciones electorales ha dado lugar a una creciente fragmentación electoral en las elecciones presidenciales, a un “voto castigo” al presidente incumbente y a una disminución en la participación electoral (7).
El descrédito a la democracia guatemalteca es a su funcionamiento. Pero la polarización afectiva entre grupos pequeños y poderosos, con influencia en el discurso público en el país, ha tenido consecuencias sobre la confianza entre personas, grupos y ciudadanos en sus instituciones. Ese aumento de la retórica divisiva que vemos en redes sociales y en medios de comunicación puede reflejar estrategias de las élites más que cambios en las opiniones de los votantes. Para Guatemala, no está claro si la polarización se redefinirá en términos culturales o morales.
1 IYENGAR, Shanto, Yphtach LELKES, Matthew LEVENDUSKY, Neil MALHOTRA, and Sean J. WESTWOOD. “The Origins and Consequences of Affective Polarization in the United States.” Annual Review of Political Science 22 (2019): 129-146.
https://doi.org/10.1146/annurev-polisci-051117-073034.
2 MASEK, Vaclav; Patricio NAVIA and Lucas PERELLÓ. “Demand without supply? Mass partisanship, ideological attachments, and the puzzle of Guatemala’s electoral market failure.” International Area Studies Review (2021): 1-22.
https://doi.org/10.1177/22338659211072939
3 OXFAM (julio de 2024). “Econonuestra: Es tiempo de una economía para todas y todos.” OXFAM en LAC. p32.
https://lac.oxfam.org/publicaciones/econonuestra
4 CASTRO CORNEJO, Rodrigo. (2023). “The AMLO Voter: Affective Polarization and the Rise of the Left in Mexico.” Journal of Politics in Latin America, 15(1), 96-112.
https://doi.org/10.1177/1866802X221147067
5 AREAL, João. 2022. “‘Them’ without ‘Us’: Negative Identities and Affective Polarization in Brazil.”
Political Research Exchange 4 (1). doi:10.1080/2474736X.2022.2117635.
6 SVOLIK, Milan. “Polarization Versus Democracy”. Journal of Democracy 30, no. 3 (July 2019): 20-32.
https://www.journalofdemocracy.org/articles/polarization-versus-democracy/
7 MURILLO, María Victoria. “Latin America: Not as Polarized as You Think.” Americas Quarterly, September 13, 2021.
https://www.americasquarterly.org/article/latin-america-not-as-polarized-as-you-think/.
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