Cincuenta años de la Escuela de Historia o la importancia de la autocrítica

En 1974 la crisis renovada guatemalteca encuentra, a diferencia de otras veces, una respuesta seria, de profundo calado, tanto es así, que es en torno a esa respuesta que se funda y se constituye la Escuela de Historia de la Universidad de San Carlos de Guatemala.

Rogelio Salazar de León     agosto 4, 2024

Última actualización: agosto 4, 2024 1:26 am

¿Qué provoca crisis más largas que la cuaresma…?

Pensar en la Escuela de Historia de la Universidad de San Carlos de Guatemala, desde sus orígenes hasta el presente, seguramente, supone o, incluso, impone tener que vérselas con la cuestión formulada al inicio.

La Escuela de Historia de la USAC se fundó en 1974, cuando ya han pasado veinte años de la intervención norteamericana conocida por todos, en esas dos décadas las cosas se han vuelto a torcer, ha habido un golpe de Estado, un nuevo recomienzo, una nueva Constitución y, de nuevo, resulta claro que todo comienza a torcerse a través de la imposición fraudulenta e ilegítima del militarismo autoritario.

Además, ya ha pasado sin pena ni gloria el gobierno del abogado Julio César Méndez Montenegro y, con más pena que gloria, el del militar Carlos Manuel Arana Osorio.

Luego de que, una vez más, se han renovado las esperanzas de encontrar un camino sobre la ruta de la democracia, otra vez, el manejo de los asuntos que atañen a todos da muestras claras de desviarse hacia los intereses de unos pocos.

Con lo cual, cualquiera diría que la historia de Guatemala da muestras de ser cíclica más que lineal, aunque hay que anotar que, en esa época, acaso como en cualquier otra, surgen algunos nuevos ingredientes capaces de dar matices nuevos a la cíclica y repetitiva historia de siempre, en Guatemala.

“Diferencia y repetición” “El eterno retorno de lo mismo”, dos expresiones que podrían ser, tomando los nombres de prestado y algunas licencias, fórmulas para nombrar estas cíclicas idas y venidas de la historia de Guatemala; sin embargo, lo importante no es solamente nombrar las cosas, sino, más que eso, tratar de examinar qué encierran, qué envuelven estas expresiones, es decir, qué muestran y qué ocultan, qué dejan afuera y también qué aglutinan.

¿Por qué, en la historia de Guatemala, no hay solamente repetición…? ¿por qué no se puede reducir todo a una simple y llana repetición…? ¿por qué debe haber otro ingrediente agregado…? ¿por qué, además de una repetición, debe haber una repetición con diferencia…?

Todas esas cuestiones, desde luego, son capaces de dar mucho de sí, de provocar diversas rutas de reflexión y de abrir varios campos y horizontes; puede que haya respuestas fáciles, de corto alcance y, otras no tanto, respuestas más luminosas y articulaciones más elaboradas, visiones no tan miopes.

Se puede decir, por ejemplo, algo simplón e insuficiente, pero cierto, como que el ingrediente de la diferencia se debe a que cada época es distinta, que conlleva nuevos anhelos, y que, por eso mismo, el acontecer se tiñe de matices diferentes provenientes del vaivén de los tiempos y las modas.

También puede ser posible, si se busca una visión menos superficial y más atenta de las cosas que, en la medida en que a la historia le puede interesar provocar un efecto de conocimiento y de saber, un efecto de verdad que afirmar la diferencia a la par de la obvia repetición, busca subrayar algún elemento de libertad (por llamarlo de alguna forma) frente a una rígida repetición mecánica y automática de las formas de vida o de sus apariencias o, quizá sea más exacto decir, de su representación.

Restaurar la fuerza de la diferencia tiene un efecto liberador que, de alguna forma, amplía los límites que impone la simple repetición; debiera entenderse que entre las diferentes formas de representación histórica  a través del tiempo hay una especie de parentesco o aire de familia, y que no es una identidad, sino más bien, una analogía; por lo tanto, la distancia entre lo idéntico y lo análogo es, justamente, lo que introduce ese elemento liberador de la diferencia (para algunos filósofos medievales, saber analogar era equivalente a saber filosofar): cuando se trata de historia, diferentes épocas son análogas, no idénticas.

En fin, si se dejan de lado los asuntos filosóficos, para limitar las cosas al campo académico, en 1974 la crisis renovada guatemalteca encuentra, a diferencia de otras veces, una respuesta seria, de profundo calado, tanto es así, que es en torno a esa respuesta que se funda y se constituye la Escuela de Historia de la Universidad de San Carlos de Guatemala: de lo que se trata es de un libro: La patria del criollo del profesor Severo Martínez Peláez, un auténtico criollo guatemalteco, por eso mismo, al escribir su obra, en el fondo, él escribe sobre lo que mejor conoce o, tal vez deba decirse, sobre lo que mejor busca conocer: a sí mismo.

Ahora bien, esta es una búsqueda que Severo Martínez Peláez  realiza no conjugando la primera persona del singular, es decir, el yo, sino a cambio conjugando la primera persona del plural, es decir, el nosotros, o sea: nosotros los criollos, el grupo, la clase, aquel estrato histórico y social guatemalteco que, sin que sea un secreto para nadie, desde siempre, en este país, ha hecho lo que le ha dado la gana, haciendo uso de todo lo que esté a su alcance, desde lo que puede entenderse como la piedad religiosa, hasta lo que puede entenderse como la crueldad y la marginación.

Los estudios superiores de historia antes de 1974 estaban a cargo de la Facultad de Humanidades de la Universidad de San Carlos de Guatemala, que entonces, dada su configuración criolla, no tenía lugar para un tono autocrítico tan claro y, sobre todo, hecho de una forma tan consistente, que resultase incontestable; dicho lo cual están dados los ingredientes y los elementos para que un grupo de estudiantes jóvenes como Jorge Arriaga y Mayra Valladares, ejerciendo el papel de discípulos, apoyen, den soporte y conformen la plataforma para la formación de la Escuela de Historia de la Universidad de San Carlos de Guatemala, en torno a Severo Martínez Peláez y su trabajo autocrítico.

La consistencia de La patria del criollo me parece que reside, entre otras cosas, en ser un elemento de autocrítica capaz de combatir la crisis ininterrumpida de Guatemala, además está en ser un estudio histórico de la superioridad y el autoritarismo en Guatemala, desde sus orígenes y que, como es bien sabido, se han venido reproduciendo, extendiendo, sofisticando y repitiendo cíclicamente, desde luego, con sus diferencias.

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