Border Patrol, Texas 

No pocos migrantes son abandonados a su suerte en el desierto por los "coyotes", dejados en un entorno hostil que no perdona errores.

Jaime Barrios Carrillo

diciembre 29, 2024 - Actualizado diciembre 28, 2024
Grabado Gerald Steffe
Grabado Gerald Steffe

Una luna desnuda pulula su frialdad agresiva pero ellos la ignoran y caminan. Siguen caminando en la noche. Se entienden sin decirse nada. La sangre circula más aprisa que el alba. La travesía de los migrantes mayas y obreros pobres de Guatemala que intentan cruzar la frontera entre Estados Unidos y México es un recorrido marcado por el silencio y el peligro. Atraídos por la esperanza de un futuro mejor, desafían el muro fronterizo. Hacen frente a las arenas ardientes del desierto y asumen innumerables riesgos que acechan en el camino. Cada paso es una apuesta por la sobrevivencia.

No pocos migrantes son abandonados a su suerte en el desierto por los “coyotes”, dejados en un entorno hostil que no perdona errores. Otros son capturados por la temida Patrulla Fronteriza, cuyos operativos generan miedo y, en los casos más graves, terminan con disparos que apagan vidas. En esta lucha desigual, el muro no es solo una barrera física, sino también un símbolo de las fronteras invisibles que dividen mundos de desigualdad y desesperación.

A pesar de todo, el deseo de escapar de la pobreza, la violencia y la falta de oportunidades en su país de origen impulsa a estos migrantes a tomar todos los riesgos, soñando con la posibilidad de ofrecer a sus familias una vida mejor. Sus historias, a menudo ignoradas o malentendidas, merecen ser narradas con humanidad y respeto, para que su sacrificio no pase desapercibido y se queden sepultados en algún lugar del desierto o en el fondo del Río Bravo.

El historiador norteamericano Greg Grandin ha investigado el papel represivo de la llamada US Border Patrol, patrulla de fronteras, y la brutalidad de esta desde su fundación en 1924 y lo plasma en un artículo sobre la muerte de dos niños guatemaltecos en 2019 que estaban bajo custodia de la mencionada patrulla, Jakelin Caal Maquín y Felipe Gómez Alonzo, ambos de ocho años.

Hay que retrotraerse a una fecha, marzo de 1966, que enlaza la US Border Patrol con las situaciones trágicas de los migrantes de hoy. En aquella fecha lejana 35 dirigentes de la oposición fueron detenidas por las fuerzas armadas de Guatemala y concentradas en el Cuartel General del Ejército donde fueron torturadas y por decisión irrevocable del gobierno ejecutadas sumariamente. El régimen negó siempre haber detenido a las víctimas a pesar de que hay testigos y evidencias. Pero nunca aparecieron los cadáveres. Fueron tirados al océano Pacífico en aguas internacionales alejadas de las costas guatemaltecas.

John P. Longan, izquierda, y Owen S. Juvrud, ambos inspectores de patrulla de alto rango estacionados en El Paso, Texas, fotografiados en Denver el 11 de mayo de 1955, en un viaje de reclutamiento en nombre de la Patrulla Fronteriza de los Estados Unidos.

Un joven periodista uruguayo que llegaría a ser un nombre mundial, Eduardo Galeano, hacía un reportaje entonces sobre la violencia y pobreza en Guatemala y logró entrevistar a un soldado que había participado y que se encontraba prófugo y temeroso por su vida porque había formado parte de la pequeña tropa que había cargado los cuerpos metidos en bolsas plásticas para llevarlos en un camión cerrado del ejército al aeropuerto de la fuerza aérea en la Ciudad de Guatemala. Un avión esperaba para transportar los cuerpos mar adentro. Todo se hizo de manera secreta. El Alto Mando no quería testigos, ni siquiera miembros de la tropa que estuvieron involucrados en el operativo. Otros miembros de la cuadrilla que transportó los cuerpos habían aparecido asesinados de diversas formas.

Meses antes de esta primera gran desaparición masiva en la historia contemporánea de América Latina, había llegado por segunda vez al país para desarrollar trabajos de inteligencia militar el ex sheriff de Oklahoma y ex agente de la temible Guardia de Fronteras, US Bordar Patrol, John P. Longan alias Jake, entonces contratado por el State Departament Publica Safety en un Programa del gobierno de Estados Unidos como “consejero de seguridad” adscrito a la embajada en Guatemala. Longan era ya un agente de la CIA que se había distinguido por su trabajo de inteligencia para interrogar, perseguir y deportar ciudadanos mexicanos que trabajaban sin papeles en Estados Unidos, en una considerable operación que llamaron Mexicana wetbacks back into Mexico. Ya entonces se aplicaba el método de separar a padres de hijos para extorsionar a los primeros para que se entregaran, fenómeno execrable que se repite actualmente con los migrantes guatemaltecos.

El historiador norteamericano Greg Grandin, revela que John P. Longan estuvo involucrado en el entrenamiento de militares y policías guatemaltecos de la llamada guardia de hacienda o de fronteras y aduanas desde 1957. Grandin ha investigado también el papel de la llamada US Border Patrol, patrulla de fronteras, y la brutalidad de esta desde su fundación. Grandin afirma que la característica de la guardia de fronteras desde 1924 ha sido la crueldad, el racismo y la impunidad. El fenómeno es brutal y de dimensiones sociales gigantescas.

En un artículo sobre la muerte de los dos niños guatemaltecos en 2019 que estaban bajo custodia de la mencionada patrulla, Jakelin Caal Maquín y Felipe Gómez Alonzo, ambos de ocho años, Grandin se retrotrae a las épocas de Longan y sus prácticas y “capacitaciones” en el país como security advicer, un sofisticado título que encubre el trabajo de inteligencia y las torturas, los interrogatorios y el asesinato. No se trata de coincidencias alejadas en el tiempo sino consecuencias de relaciones continentales asimétricas de dominación hemisférica que llevan más de un siglo.

Son ya cientos de miles de guatemaltecos que intentan ingresar a los Estados Unidos buscando una vida mejor, o mejor dicho huyendo de una vida de mala calidad. Considerables veces lo arriesgaron todo y no pocas terminaron perdiéndolo todo, incluso la vida. 

Los migrantes provienen de una sociedad devastada por la injusticia. Resulta una decisión tomada por la fuerza de la necesidad. El proyecto de mejorar su vida y la de sus familiares tiene causas y debe ser atendido. Continúan las circunstancias estructurales que dan motivo a la migración: la pobreza, la falta de oportunidades, de salud, de educación.

La prensa internacional resaltaba en junio de 2018 la muerte violenta de Claudia Gómez por disparos de la policía fronteriza de Estados Unidos, la temida Border Patrol. Era una joven maya de 19 años nacida en un pequeño pueblo del altiplano guatemalteco. Había recorrido en gran parte a pie los más de dos mil kilómetros que hay entre su aldea cercana al pueblo de Ostuncalco y Laredo en Texas. Un recorrido lleno de riesgos que incluyen los asaltos, los pagos a los carteles y policías mexicanas y el paso de la frontera con la guía de los poco confiables coyotes.

Claudia había invertido todo el dinero que tenía la familia para lograr su sueño americano ya que, a pesar de haberse graduado de contadora a nivel medio, con grandes esfuerzos, no consiguió trabajo y su condición de indígena en las ciudades guatemaltecas más grandes la llevaba a ofrecimientos de trabajo que iban desde sirvienta a vendedora ambulante de cualquier cosa, inclusive el propio cuerpo.

La joven iba en un grupo de cinco migrantes que cruzaron por la noche el Río Bravo y se escondieron en unos matorrales en las cercanías de la población de Laredo donde fueron descubiertos por una patrulla fronteriza. Uno de los agentes sin mediar palabra disparó su arma a quemarropa hiriendo moralmente a Claudia Gómez y capturaron con violencia innecesaria a dos de sus compañeros. De los otros dos no se sabe el paradero ni lo que pasó con ellos.

El hecho pudo haber pasado desapercibido y la familia de Claudia nunca hubiera sabido el destino trágico de la joven. Pero Marta Martínez, ciudadana estadounidense de origen mexicano pasaba casualmente por el lugar y filmó todo con su teléfono difundiéndolo en las redes sociales y se volvió viral.  Un caso que así se pudo conocer entre muchos otros migrantes asesinados que permanecen en el anonimato, sepultados en algún lugar desconocido en Estados Unidos. Hecho brutal que confirma lo que vienen denunciado sobre el actuar de la policía fronteriza norteamericana académicos como Greg Grandin y organizaciones humanitarias.

¿Y si después de tanto muerto exterminan la memoria?  El olvido vendría  como continuación de los sepulcros venideros. Un joven guatemaltecos estaba semidesnudo en la frontera, con guardias que de arriba abajo lo escrutaban. Un oficial circunspecto les hojeaba el pasaporte. En principio debían parecerse a la fotografía y no al revés, es decir que la foto se pareciera a él; nadie es igual en las fotos.

Además, no debía haber llegado ahí y lo amenazaban con devolverlo de inmediato. En todo caso, jamás se volvería a su país. El último recuerdo de su huida es un disparo y después todo se detiene. Se detienen los trenes, los sueños, los años subsiguientes. ¿Qué sucede cuando se llega hasta los límites del cielo? ¿Habrá ángeles guardianes que indagan lo mismo que las patrullas agresivas de la frontera entre México y los Estados Unidos? Tal vez no importa nada de eso sí pensamos que el alma no necesita de pasaportes ni vestidos y se olvida pronto de su antiguo cuerpo. Todos somos extranjeros en la Tierra.

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