La promesa de Trump de “crear una Comisión de Eficiencia Gubernamental encargada de llevar a cabo una completa auditoría financiera y de resultados de todo el gobierno federal, y de formular recomendaciones de reformas drásticas”, parece, a primera vista, una solución lógica para mejorar la administración pública. Sin embargo, la idea de que una comisión puede realizar un “completo” análisis del desempeño del gobierno choca con la sabiduría de la célebre frase atribuida a Napoleón: “Si quieres que algo se demore eternamente, nombra una comisión”. El problema principal de su promesa radica en la naturaleza compleja y ambigua de la burocracia pública. En la empresa privada, los resultados financieros —las ganancias— son un indicador claro del éxito o fracaso de una organización. Sin embargo, en el sector público no hay una “bottom line” similar; no existe una métrica financiera única y clara que permita medir de manera inequívoca la eficiencia de una entidad pública.
Aquí es donde entra la advertencia de J.Q. Wilson, el renombrado experto en burocracia pública. En su influyente obra Burocracia, Wilson advierte sobre el peligro de la “simplificación excesiva” al tratar de medir los resultados dentro de las organizaciones públicas. Al no haber indicadores obvios de éxito, como las ganancias en el sector privado, se corre el riesgo de reducir la evaluación de las agencias a simples números o metas fácilmente cuantificables que pueden no reflejar la realidad de su funcionamiento. O peor, indicadores que miden insumos o productos, no el cambio en las condiciones de vida de los ciudadanos. En otras palabras, la simplificación de los problemas puede producir soluciones inapropiadas y medidas que ignoran las múltiples responsabilidades de las agencias, tales como la justicia, la equidad y la seguridad, todas ellas difíciles de cuantificar.
Comparando esta propuesta con la de líderes como Javier Milei, el economista libertario argentino, se percibe una diferencia notable. Milei, con su famosa “Motosierra“, ha adoptatdo un enfoque mucho más claro y radical: achicar el Estado en aquellas áreas donde, desde su perspectiva, no se justifica la intervención gubernamental. Milei tiene un objetivo claro: eliminar la intervención del Estado en muchas áreas de la vida pública y reducir el gasto público de forma significativa, un enfoque que responde a su filosofía liberataria . Por el contrario, Trump, al menos en su retórica reciente, se centra en la idea de hacer que el gobierno sea más eficiente, eliminando despilfarros y proyectos ineficientes. De hecho, según la plataforma política oficial de Trump, el término “gasto público” solo aparece tres veces, todas ellas en el contexto del objetivo de “Derrotar a la Inflación y Bajar Rápidamente Todos los Precios” mediante el “freno al despilfarro en el gasto federal”. Milei: convicción; Trump: pragmatismo. Mientras Milei apunta a reducir el tamaño del Estado como un fin en sí mismo, Trump busca “optimizar” el Estado. La diferencia entre un libertario y un conservador.
Las agencias gubernamentales, como señala Wilson, tienen que equilibrar múltiples objetivos, muchos de los cuales son difíciles de medir, lo que complica la evaluación de su eficiencia. Además, las agencias no operan en el vacío. Dependen de una red compleja de actores políticos y privados con intereses diversos, a menudo conflictivos. Un esfuerzo centralizado para reformar la burocracia, como el que propone Trump, se topará con el complicado desafío de reformar la cultura organizacional existente en cada agencia, proceso lento, delicado y que no siempre se alinea con las expectativas de reformas “drásticas”. Al final del día, la promesa de Trump, más que una solución seria, parece un discurso vacío destinado a captar la atención de votantes cansados del aparato burocrático, sin ofrecer una solución real y sostenible a largo plazo.
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