Miguel Ángel Asturias en el último portón (II)

Fernando González Davison     junio 17, 2024

Última actualización: junio 16, 2024 4:59 pm
Fernando González Davison

Aún en su hogar, el Nobel atendió el teléfono y aproveché  a levantarme para estirar la espalda con la mirada en la larga librera del corredor con escritores guatemaltecos relevantes, colecciones de clásicos franceses e italianos… Al sentarme de nuevo en la sala vi sobre una mesa la foto de él y su madre con las manos enlazadas. Me habló de nuevo de Dos veces bastardo es una continuación de Viernes de dolores. Luego me explicó su forma de pulir sus escritos leyéndolos en voz alta para ver si encontraba disonancias en el ritmo. De Maladrón leyó en voz alta algunos párrafos…

Después de asistir a clases en La Sorbona fui a visitar la tumba de Gómez Carrillo en Pere Lachaise, la cual tenía un arreglo de rosas rojas reciente, con una nota de Madame Saint Exupéry, “Nunca te olvidaré”. Eso se lo conté a nuestro Nobel en la próxima oportunidad y fue cuando me refirió que en el funeral del gran cronista asistieron doscientos chapines, pues, como la universidad nacional estaba en construcción luego de haber sido destruida la capital por los terremotos de 1918, muchos fueron a estudiar a París como él. Y ahora sucede que se van a Estados Unidos. “De ese paseo debería de escribir un artículo”, me sugirió.

En otra oportunidad narré que Manuel José Arce me contó que cuando lo acompañó a recibir el Premio Nobel le dijo que uno de sus secretos literarios eran las obras de Vicente Huidobro, en especial Altazor.

–   Ah, así es, Huidobro, Vallejo…

Respecto de García Márquez agregó que podía dar más de sí, que Cortázar era un excelente cuentista. Al mencionar a Vargas Llosa levantó los hombros, pero al oir el nombre Otto René Castillo suspiró y lamentó su muerte cuando comenzaba a revelarse como gran poeta.

Hablamos de la patria, triste y lejana, tan cerca en sueños… No quería regresar a su tierra porque no quería que su nombre fuera aprovechado por el oficialismo. Aunque estaría dispuesto a regresar siempre y cuando se le ofreciera una oportunidad para practicar su ´pacifismo´ que él consideraba su ´brazo ideológico´.  Eran tiempos de dolor de los muertos desaparecidos en el río Motagua. La represión oficial lo angustiaba, también la horrenda muerte de su amigo entrañable Pablo Neruda: él denunció a la prensa ese martirio y culpó a Estados Unidos y los militares del Cono Sur de tremendas masacres. Lo escribió en la revista Nouvelle Critique sobre la situación chilena. El coro del Canto General en un teatro parisino bajo la dirección de Mikis Teodorakis lo conmovió como a tantos universitarios que asistimos al escuchar con devoción la denuncia contra Pinochet. Luego de insistir en que terminara mi novela, nos despedimos a inicios de 1974 pues se iba con Blanquita a protegerse de los rigores del frío europeo en la isla Mayorca y luego a Senegal, invitado por su amigo Lepold Senghor,  donde el poeta africano era presidente.

En los primeros días de junio nos fuimos de vacaciones en tren a Madrid con Celeste Aída. Allí nos sorprendimos en un café al leer en un diario que nuestro Nobel había ingresado al hospital La Concepción y lo fuimos a visitar de inmediato. “Solo un milagro podría salvarlo”, nos dijo Blanquita afuera de la habitación del paciente. Sin embargo en momentos de lucidez leía Archipíélago Gulag y exigió que lo atendiera un médico guatemalteco. Y le llevaron a un residente del hospital y festejó al verlo. Oswaldo de París llegó antes de su muerte.

De vuelta la Ciudad Luz supimos de su muerte el 9 de junio y eso afectó mucho a Roberto Asturias, a Oswaldo y a Armijo. A la llegada del féretro al aeropuerto de Orly, Blanquita era un paño de lágrimas… quien había decidido con Zegala el trámite funerario, Miguelito aceptando tal proceder, consternado, lejos de su Buenos Aires.

El arribo de los restos de nuestro Nobel a Guatemala será tan memorable como los de Árbenz cuando reposaron en Guatemala en 1994. Honrar honra. Que no se honren más de la cuenta los que le honrarán. Que no se aparezcan los oportunistas de siempre, ni los que presumen de ser consecuentes con sus ideas sin haberlo sido nunca. Asturias pertenece al Panteón del pueblo, pues El gran lengua ,  quien habló por los que no tenían voz. Vendrá su alma a que construyamos  la paz y afiancemos la democracia con la mente y el corazón. 

(Pueden consultar mi artículo original y el de Oswaldo en la Hemeroteca Nacional, El Imparcial  del 9 de junio de 1978, página editorial).

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