No te mueras en Palermo

‘No te mueras en Palermo’ es el último poemario de Melvyn Aguilar y nos cuenta algo a todos, sin importar la edad. Habla de un sitio ideal en donde somos felices y plenos, es decir, del imposible. Nos recuerda el deseo de volver a ser niños y continuar esas conversaciones que iniciamos con la voz materna encarnada, ora en la madre, ora en la abuela, y que ya solo son posibles en nuestro soliloquio sempiterno de viejos nostálgicos.

Gloria Hernández     junio 16, 2024

Última actualización: junio 15, 2024 8:10 pm

Conocí a Melvyn Aguilar en un mítico y accidentado viaje al fin del mundo.  No, no logramos llegar, pero estuvimos cerca.  En lugar del fin del mundo, nos quedamos en un rincón muy parecido al paraíso.  En medio de las montañas, Aguacatán florece en amistad, poesía, cordialidad.  El Festival Internacional de Poesía que ahí organiza su fundador Rudy Alfonzo Gómez Rivas resulta un sitio ideal para encuentros significativos y profundos, de esos que no se dan todos los días.  Es curioso, ahora lo pienso, cómo un puñado de personas provenientes de distintos puntos de la Tierra nos reuniéramos ahí, en ese cónclave exacto, para descubrir la poesía que cada quien llevaba dentro y por escrito.  Asistieron muchos poetas, sí, diversas nacionalidades y variados orígenes, también, pero una estrella sobresalió por la intensidad de su poesía, tanto, como por la inmensidad y la sencillez de su espíritu.

Allá en Huehuetenango, muy cerca del cielo, compartimos versos, vida, confidencias y la sensibilidad de todos que emanó a flor de piel.  La voz de Melvyn resonó con hondos ecos de sus escritores de cabecera, con las ideas que lo enamoran y lo espolean, con referencias innumerables al mundo de la filosofía, la sicología y otros saberes de la condición humana.  Y todo esto, sin haber leído aún sus poemas.

Su agudeza y su incisivo sentido del humor dieron cuenta de una alta inteligencia que no ha sido justamente recompensada por la vida, pero que también, debido a estos rasgos de sí mismo, mi amigo ha logrado enfrentar con gallardía los embates de la existencia.

Su poesía, la escrita, llegó después.  Luego de conocer y compartir con el amigo, la esperábamos con ansias.  Y no nos defraudó.  En el sustrato de sus versos subyace una profundidad conceptual que deja sin aliento y reanima la fe en el arte, como una cascada de agua fresca que emana del corazón de la montaña.  Ahí casi al pie del nacimiento del río San Juan, su catarata de versos reconfortó a nuestros espíritus cansados.

Comprendimos, escuchando su arte y el de todos, que la poesía está más emparentada con la filosofía de lo que pudiéramos sospechar.  Así nos lo advirtió Aristóteles desde el principio de los tiempos.  Porque lo que aflora en ella es la verdad de cada quien, la realidad, ni más ni menos, de cada poeta.

Por ello, la poesía de Melvyn me dice tanto.  Compartimos las acometidas del tiempo, los golpes inesperados, los amores prófugos, las traiciones insospechadas, las caídas imprevistas.  Y lo único que tenemos para defendernos es un desnudo escudo de palabras.  Un broquel que, sin embargo, nos alcanza para amparar nuestra esencia.  Y más aún, representa un resguardo que posibilita ver más allá de la afrenta y encontrar la belleza en lontananza, ahí en las orillas de los caminos del destino en donde brotan tiernas flores para adornar el pelo y para engalanar los versos.

La poesía de madurez es la que leo con mayor atención, desde siempre.  Esa apasionada y efervescente de la juventud jamás me dijo mayor cosa.  Sí que el amor y los besos, sí que la carne y la frescura, sí que la pasión y la belleza de los cuerpos…  Palabras e ideas todas que se quedan o no en la memoria del amor loco, (perdón, André). 

No te mueras en Palermo es el último poemario de Melvyn Aguilar y nos cuenta algo a todos, sin importar la edad.  Habla de un sitio ideal en donde somos felices y plenos, es decir, del imposible.  Nos recuerda el deseo de volver a ser niños y continuar esas conversaciones que iniciamos con la voz materna encarnada, ora en la madre, ora en la abuela, y que ya solo son posibles en nuestro soliloquio sempiterno de viejos nostálgicos.  La poesía en este nuevo libro de mi amigo se centra en dos rasgos fundamentales: en la interlocución iniciada en la infancia con el padre, con la madre, con su tribu, con otros amores; y en la aliteración, una repetición de palabras que le dan un pulso auditivo a sus versos y le dan un efecto arrullador, lírico, de hondo calado en la conciencia, tal como el de la letanía.  Ese recurso autotélico al que se refería T. S. Eliot, que refuerza la intención poética por medio de elementos de la poesía misma.

Allá en nuestras conversaciones en las nubes huehuetecas, Melvyn recordó la poesía de su amigo Carlos Martínez Rivas, el legendario poeta nicaragüense, de cuya obra se intuyen fraternales influencias en No te mueras en Palermo, traducidas en sobriedad, consistencia, imaginación, rechazo a la impostura, dominio del idioma, y una sólida estructura interna de su hermoso templo de palabras.  Además, de la actitud ante la vida que se vierte en el autoexilio y la visión marginal y maldita que no lo priva de ser un sibarita, un ser exquisito, un niño pequeño, aturdido y azul ante el insondable Pacífico que “suave requiebra la isla de los hombres solos”, un paraje de donde solo muerto se puede escapar.  

Entreverados en sus versos surgen Icilio, Nabuco y Endiku y muchos otros, personajes de mitologías antiguas que no son ajenos al poeta y que le ayudan a reforzar con sus leyendas la sensación de que “los días se le caen a pedazos”, “se le quiebran los ojos” y “se le enferma la esperanza”, circunstancias todas que le vuelven “un hombre triste y nocturno que ama sus cicatrices” y se pregunta a menudo “dónde está su tribu, su familia, su paraíso perdido”.  Y la interlocución continúa con su Yaya, su Má, su Amona, madres todas vueltas “un pájaro dichoso volando sobre las nubes”.

Ahí con sus ojos puestos en el cielo, Aquilón y Céfiro, los dioses de los vientos, acompañan al poeta en su búsqueda incansable, ora en la poesía de oro de la dinastía china Tang y Song, ora en la historia, ora en las vidas de personajes de mitologías antiguas, ora en los escondites de un humilde “ropero de cedro amargo en donde duerme su corazón”.

Y desde los epígrafes, las certezas se van asentando en la poesía de la conciencia y en la conciencia de la poesía de Melvyn Aguilar: Cardona Peña, el poeta tico de los Anillos en el tiempo; Bela Tarr, el legendario director de cine húngaro, con la imagen terrible de la niña suicida; Bob Dylan, el poeta asombrado de la Tarántula emergida de sus entrañas; Nietszche, el infaltable pensador y asesino de Dios; y Laszlo Krasznahorkai, autor de la inolvidable novela La melancolía de la resistencia.

El poeta continúa buscando “la primera estrella en el firmamento”.   Imaginante de sí mismo y de su historia, niño eterno y manantial de sinestesias que extasían y conmueven, surtidor de respuestas contundentes a preguntas que los lectores desamparados de su poesía no sabían que les latían dentro, un “animal cansado de sí mismo” que confiesa saber que ahora “no tiene de dónde regresar”.

Las referencias son abundantes, las imágenes, múltiples, los recursos, copiosos.  En No te mueras en Palermo, encuentro la obra de mi amigo en donde mejor confluyen el verso y el poema en prosa, la casualidad y el deseo, el mundo real y el del sueño, la lógica y el absurdo, la luz y las tinieblas, la llave y la cerradura, los enseres para derribar barreras antiguas, el extravío hacia su corazón, en sus propias palabras, “la botella desprovista de su barco interior”.

La obra de Melvyn Aguilar alcanzó el “lenguaje sazonado” de Aristóteles, ese del cual afirmó que conlleva “idea, ritmo, armonía y canto”:  este diálogo con la vida, esta interlocución con sus muertos les da ritmo a sus pensamientos, invade de armonía a su espíritu y convierte a su poesía en canto; elementos todos que acompañan al “niño casi azul” en su “necio (y eterno) juego de la libertad”.

¡No te mueras nunca, poeta, en donde quiera que estés y a donde quiera que vayas!

Guatemala, junio 2024

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