La libertad. Un principio de vida asociado al bienestar personal y grupal, un modo de vida y en términos intrínsecos: nuestro propio modo de vida, ese que a veces ejercemos, con desparpajo, somos nosotros mismos. Por eso, cuando alguien o el régimen amenaza la libertad propia y ciudadana, se conmueven las conciencias, otros se acomodan, “se hacen los locos”, algunos, los peores se transforman en parte del tropel que restringe libertades. Pero… yendo a aguas más profundas, el principio de libertad ha provocado grandes reflexiones y versados tratados. En su nombre se han librado grandes e inúmeras batallas. Los grandes sistemas de gobierno conocidos hasta ahora, siempre se han afirmado garantes de la libertad, y sus máximos líderes adalides de aquella. Ha corrido sangre de multitudes en las luchas por la libertad. Desde Espartaco hasta la triunfante Revolución de los Esclavos en Haití que determinó la independencia de aquel país.
Así la humanidad, durante el siglo XX conoció de múltiples Movimientos de Liberación que proclamaban la derrota del imperio y consecuente liberación de los pueblos. Guatemala es la cuna de algunos de aquellos épicos movimientos, en donde el principio de libertad está al centro de sus reivindicaciones. ¿A qué viene este prolegómeno? Debo confesarlo: siempre que se acumulan en mi pensamiento, reflexiones sobre los derroteros de este país, sobre la crudeza de su historia, sobre los surcos de tierra fría y la huella del tiempo en el rostro adusto del indígena y campesino, piel curtida de faenas que van de sol a sol. Atraviesa aquellas reflexiones, un rostro de sonrisa franca, fácil de palabra y extensa memoria. Una voz que sintetiza los entresijos de la política nacional en el hoy y el ayer. Rictus que inspira confianza, palabra llana, sin dobleces. Nunca en la primera plana. Siempre interesado en difundir, informar y formar. La vocería en los actores. Siempre facilitando la palabra, dándole forma a la frase, organizando encuentros, buscando soluciones e hilvanando propuestas. De cuerpo entero en la política. Sin los afanes del candidato.
Revela y denuncia cuando la agresión es artera, cuando los intereses de la gente sencilla son socavados. Cuando se engordan bolsillos a la vista del amo. El amo es el aprendiz de sátrapa, que sonríe al ver su obra culminada, un alumno que le supere en el robo. El sátrapa es el culmen de la estulticia. Olvidémoslo. El rostro al que me refiero es el mismo que marcará la historia de las primeras décadas del siglo XXI. Un rostro saturado de ideas, de lenguaje, de solidaridad. Un militante voluntario de la democracia. Son ya, seiscientos setenta y un días con sus noches, aciagas algunas, que sin proceso y sin condena lleva José Rubén Zamora en la ergástula del enfermo sátrapa. Aquel viejo idolatra, quizá aún se regodea en lo magno de su obra. Sepultado por dineros, podrá pagar hasta la tumba, la mano interesada que seca sus sudores, un mancebo venido de lejos para velar las pesadillas del enfermo.
Dos formas de ir a la historia. José Rubén Zamora desde la luz y las ideas. Desde la libertad ahora cruzada por las rejas. Desde la paciencia, arropado en la familia, los amigos, el pueblo de este país y los demócratas del mundo. Pronta libertad al Periodista José Rubén Zamora.
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